martes, 8 de marzo de 2016

CAPITULO 18

Me dirigí apresuradamente hacia la parada de autobús de al lado de mi casa, escuchando a Bon Jovi en mis auriculares. El viaje en autobús duraba unos 20 minutos, pues mi casa estaba bastante retirada del centro de la ciudad. Sin embargo, el viaje se me hizo bastante breve. 
No me llevó mucho trabajo encontrar la casa de Abbey, puesto que destacaba sobre todas las demás. Era un pedazo de casa de tres plantas de un estilo muy moderno pintada de un bonito color azul que la hacía dificil de distinguir en contraste con el cielo. Llamé al timbre y a continuación la voz de Abbey sonó a traves del telefonillo invitándome a pasar. Empujé la puerta para descubrir un caminito de baldosas amarillas que llevaba hasta la entrada de la casa. Já. Me reí irónicamente. ¿Baldosas amarillas? ¿Que sería lo próximo? ¿Que apareciera un hombre de hojalata saludándome?
A ambos lados del camino se podía ver una gran extensión de césped recién cortado. Se ve que en aquella casa eran fanáticos de la jardinería, pues el césped estaba muy bien cuidado; por no hablar de la gran variedad de plantas y flores que tenían plantadas. Graciosos enanitos de jardín adornaban el césped mirando a todo el que se aventurase a entrar en aquel maravilloso hogar.
Me encaminé hacia la puerta principal. Abbey me estaba esperando con la puerta abierta. No llevaba la ropa de aquella misma mañana en la universidad. Ahora vestía una vestimenta más cómoda. Un pantalón gris de chándal y una camiseta de manga corta, con una desaliñada coleta que le caía sobre la espalda. 
-Hola -la saludé.- Se te ve acalorada.
Abbey rió escandalosamente.
-Estaba haciendo algo de deporte -me explicó ella, cerrando la puerta tras haber entrado yo.
El vestíbulo era incluso más impresionante que la entrada a la casa. El techo llegaba hasta la última planta, por donde entraba la luz a través de un gran ventanal. Todas las paredes estaban decoradas con artísticos cuadros de extravagantes pintores de los que nunca había oído hablar. 
-¿Te apetece tomar algo? ¿Un café?
-Con leche, por favor -contesté sonriendole.
Tras tomarnos un café y hablar sobre variados temas y anécdotas, Abbey me dijo:
-Necesito una ducha después del gimnasio.
-¿Gimnasio?
-Lo tenemos en el sótano. Ve mientras a mi cuarto y espérame allí. 
Asentí con la cabeza sin decir una sola palabra.
-Tardo poco, no me eches mucho de menos -me dijo guiñándome un ojo.
Inevitablemente, me ruboricé y noté como me iba poniendo rojo. Suerte que Abbey ya se había marchado. 
Sorprendentemente, no me costó encontrar su habitación. Sinceramente, pensaba que debería de haber mapas con un puntito rojo de 'Usted está aquí', para no perderse en aquella enorme casa. Su habitación estaba justo después de una gran habitación con la puerta abierta. Supuse que sería la habitación de sus padres, pues allí se encontraba una gran cama de matrimonio. 
La habitación de Abbey destacaba sobre las demás, pues era la única que tenía la puerta blanca. Era una acogedora habitación pintada de un tono morado muy agradable a la vista. En un corcho colgado de la pared se encontraban fotos de ella con sus amigos y su familia. Aparecía en una foto con sus padres y un niño más pequeño que ella. Supuse que era su hermano. La cara de su padre me resultaba tan familiar... Juraría haberlo visto antes en algún sitio.
Varios diplomas colgaban de su pared. Vaya... se ve que era una chica muy aplicada. Demasiado princesita de cuento, aquel no era mi rollo. Pero había algo en ella que me atraía.
De pronto Abbey apareció en el descansillo de la puerta y casi se me sale el corazón. 
-Con que husmeando en mis cosas ¿eh? -dijo bromeando.
-Que poco has tardado en ducharte ¿no? -solté sin saber muy bien qué decir.
-Claro, porque tú no me has acompañado... -dijo mientras una sonrisa traviesa jugaba en su boca.
Me quedé de piedra, sin saber qué decir. Aquella no parecía la chica que había conocido en el club de poesía. ¿Qué hacía tonteando conmigo? 
Después de la ducha, se había vestido con un pantalón corto que dejaba poco que hacer a la imaginación y una camiseta de tirantes, tipo pijama. Entró a la habitación y se sentó junto a mi en la cama. Se puso a recoger su húmedo pelo en una coleta. Un dulce aroma a hierbabuena acudió a mis fosas nasales.
-Bueno... ¿Y dónde está todo el mundo? -pregunté, tratando de sacar tema de conversación. 
-No hay nadie, estoy sola en casa. Hasta tarde... Bastante tarde.
-Ah -reí con una risita nerviosa. No sabía por qué, pero cada vez me estaba poniendo más de los nervios.- Bueno... ¿Nos ponemos con el poema?
-Sí, pero antes... ¿crees que podrías ayudarme a ponerme este collar? Es que me lo he quitado para ducharme.
Abbey me entregó un bonito colgante de color plateado de una especie de triangulo con un palo y un circulo dentro. Si no recordaba mal era algo referido a Harry Potter. Enrosqué el colgante alrededor de su cuello y uní el enganche, acariciando suavemente su cuello con la yema de los dedos. Al instante, me percaté de como se erizaba el vello de su piel al contacto con mis dedos. Un escalofrío le sacudió el cuerpo.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-Mejor que nunca -se giró sin previo aviso y dio por concluida la conversación obligándome a callar con un profundo beso.
Si os soy sincero... no opuse mucha resistencia.

jueves, 17 de septiembre de 2015

CAPITULO 17

Estaba tan distraído admirando su belleza que no me di cuenta de que la clase ya había empezado. Abbey Dawn -repetí para mis adentros. Conseguí, con grandes esfuerzos, concentrarme y pude al fin seguir el ritmo de la clase. Rachel había ideado un nuevo método para que las ideas fluyeran más libremente y poder construir mejores poemas. Nos mandó a ponernos por parejas. ¡Bien! Tendría oportunidad de conocer un poco más a aquella chica. La observé y miraba de un lado a otro, desorientada. Supuse que aún no le había dado tiempo a hacer nuevas amistades ni conocer a nadie. Me extrañó bastante que al ser tan guapa ningún chico se hubiera acercado a tirarle los trastos.
-¿Tú y yo? –le pregunté a la vez que me señalaba  a mí mismo.
Sonrió y asintió lentamente con la cabeza. Me levanté de mi silla para aproximarme hasta ella y tomar asiento a su lado.
-Hola de nuevo –dije con una sonrisa bobalicona en la cara. Se limitó a sonreír. Supuse que era la frase estúpida del día por excelencia.
-Bien, ¿ya tenéis todos pareja? –preguntó Rachel.
-Sí –contestamos todos a coro.
A continuación Rachel nos dio una serie de instrucciones para poder hacer el poema.
-Charlie –me dijo Abbey.- ¿Prefieres que lo hagamos juntos en un mismo folio o cada uno en su cuaderno y después comparamos y elegimos el mejor?
Me detuve a observar sus carnosos labios que, al sonreír, dejaban al descubierto unos perfectos dientes alineados. Seguí subiendo para toparme con su nariz chata y respingona que tanta gracia me hacía. Tenía una nariz bonita. Seguí subiendo por su cara. Llegué hasta unos grandes ojos de color castaño, pero tan claros que los asemejaba al color de la miel, acompañados de unas cejas bien perfiladas. Su mirada era tan penetrante que despertaba algo en mi interior.
-¡Charlie!  -dijo un poco más alto y me hizo un gesto con la mano para salir del trance.
-¿Decías? –dije mientras pestañeaba un par de veces.
Soltó una carcajada y me volvió a repetir la frase.
Me pasé toda la clase absorto en mis pensamientos y observándola a ella. Cuando estaba cerca de Abbey mi sentido de la concentración desaparecía. Anulaba mis sentidos. Abbey era, en definitiva, mi marca de heroína.
-Tienes una letra muy bonita –dije de repente observando su cuaderno limpio y ordenado, que dejaba en ridículo a mi desordenado cuaderno lleno de versos y tinta.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el timbre.
-Nos vemos la semana que viene chicos, tenéis que traer el poema terminado. –dijo Rachel dando por finalizada la clase.- El mejor poema será recompensado con un premio.
Recogí mis cosas y las metí en la mochila. Cuando alcé la vista vi a Abbey esperándome en el descansillo de la puerta mientras se deshacía su desaliñado moño y su pelo caía en cascada por su espalda. Una sonrisa inevitable acudió a mi rostro. Me levanté rápidamente de la silla y me acerqué hasta la puerta.
-¿Vamos? –me dijo dedicándome una sonrisa de amabilidad.
Asentí con la cabeza incapaz de articular palabra alguna. Estaba flipándolo con la idea de que aquel monumento de chica me estuviera esperando a mí. A MÍ. No podía ser cierto. Debía de ser un sueño. Eso es, estaba soñando otra vez con ella. Me pellizqué el brazo.
-¡Ay! –solté inconscientemente mientras bajábamos las escaleras y salíamos al exterior.
-¿Charlie? –me miró con cara de preocupación.- ¿Te pasa algo?
-No no, estoy bien –dije frotándome el brazo para aliviar el dolor.
Fuera hacía un calor impresionante, característico de una tarde de últimos de Mayo. El verano estaba llegando. Cruzamos el campus en un silencio incómodo.
-Oye Charlie, tengo que irme. Ya no tengo más clases y mi padre me está esperando para llevarme a casa.
-Oh. Vale. Nos vemos –me despedí.
Ella se despidió con la mano mientras avanzaba hacia un Mercedes azul marino. Ese coche me resultaba familiar. Serían imaginaciones mías.
Yo tuve otras dos horas más de clase, pero como si no hubiera estado presente. Mi mente volaba a otro lugar. Un lugar donde sólo existíamos Abbey y yo. Me percaté de que era el mismo lugar que me imaginaba estando solo con Lucy, pero ahora Lucy había sido sustituida. Sentí que la traicionaba y un sentimiento de culpabilidad invadió mi mente. Pero era irremediable, no podía dejar de pensar en esa chica. Era absolutamente perfecta.
Cuando terminaron las clases volví a casa y me puse a estudiar como un loco. Sólo me faltaba por hacer un examen y sería libre. Un inolvidable verano me esperaba a la vuelta de la esquina. Saqué los libros de mi mochila y me puse a estudiar.
Pasadas dos horas decidí hacer un breve descanso para despejarme un rato. Saqué el cuaderno de poesía para intentar avanzar un poco en el poema que debíamos de componer. Abrí el cuaderno y me encontré con una grata sorpresa. En un margen de mi cuaderno había un número de teléfono apuntado y en una bonita letra cursiva alguien había escrito Abbey, subrayándolo para que se viera. No sabía cómo se las había apañado para escribir su número sin que yo la hubiera visto. Una gran sonrisa cruzó mi rostro.
Inmediatamente cogí mi teléfono móvil y marqué el número. Dio unos cuantos toques y al fin descolgó. Su melodiosa voz sonó al otro lado de la línea.
-¿Diga?
-Hola, Abbey. Esto… soy, soy… Soy Charlie –no podía entender por qué estaba tan nervioso.- He visto tu… bueno, tu número que estaba en… Mi cuaderno. Y entonces yo…
Una risa dulce sonó al otro lado.
-Estaba esperando tu llamada Charlie.
-Ah… -me limité a contestar con una sonrisa bobalicona.
-¿Estás haciendo algo?
-Estaba estudiando pero he decidido hacer un descanso. ¿Por?
-Nada, por si te apetecía venir a mi casa. Además, tenemos que terminar el poema para el club de poesía.
Oh. El poema. Lo había olvidado por completo. Pensé que llevaba bastante bien el examen y aún quedaban un par de días, por lo que podría seguir estudiando en otro momento.
-Nos vemos ahora –le contesté.
-Está bien. Te mando mi dirección por SMS. ¡Hasta luego!
-Adiós -le dije.
¿Qué me pongo? -pensé. Busqué en mi armario y al final opté por una vestimenta cómoda y casual. Una camiseta de Guns and roses, unos vaqueros desgastados y mis converse blancas.
En mi teléfono móvil sonó el tono de notificación. Lo miré y era un mensaje de Abbey con su dirección. Vivía por el centro, así que tendría que coger un bus. Miré la hora. Las 17:45. El bus pasaría a las 18, así que debía de apresurarme.
Bajé las escaleras a toda prisa.

-Mamá, voy a salir un momento –grité, antes de desaparecer corriendo tras la puerta del vestíbulo.

lunes, 22 de junio de 2015

CAPITULO 16

Estábamos ya llegando a la época de los exámenes finales, por lo que apenas tenía tiempo para respirar. En la última semana me había encontrado muy agobiado y me faltaba tiempo por todos lados. Era un lunes de últimos de Mayo y había decidido despejarme un rato de los estudios e ir al club de poesía. Justo al cruzar la puerta de la biblioteca de la universidad, una corriente eléctrica sacudió todo mi cuerpo privándome de mis sentidos. Era ella. La chica de mis sueños, literalmente. Desde que la vi el primer día en el club de poesía no había parado de soñar con ella y con sus ojos de color miel. Se encontraba sentada en aquella mesa redonda en mitad de la biblioteca, escribiendo en un cuaderno desesperadamente, como si no pudiera alcanzar a encontrar las palabras exactas para su composición. Llevaba el pelo recogido en un moño desaliñado sujeto por un lápiz que lo atravesaba.
Al entrar, alzó la cabeza para observarme y una media sonrisa cruzó su rostro fugazmente. Me quedé vacilante en el descansillo de la puerta, sin saber si pasar o darme media vuelta e irme por donde había venido. Opté por la primera opción y he de confesar que no sé de dónde saqué el valor necesario para acercarme hasta la mesa solitaria y sentarme a su lado.
-Hola –musité tímidamente.
Por el tiempo que tardó en contestarme intuí que no había escuchado mi saludo apenas audible.
-Hola –me contestó educadamente con una sincera sonrisa en el semblante.
Noté como mis mejillas adoptaban un cierto color sonrosado y aumentaba la temperatura de mi cara. Al instante sentí un calor agobiante. Me estaba ruborizando. Ella se percató de mi timidez y soltó una ligera carcajada. Estaba de lo más relajada y no entendía cómo podía estarlo en una situación así. Empecé a balbucear sin ton ni son pronunciando palabras incoherentes.
-Parece que no hay mucho ambiente por aquí hoy, ¿no? –conseguí articular al fin, para sacar un tema de conversación.
-Al parecer han cambiado el horario del club y lo han atrasado media hora.
-Vaya… No sabía nada –dije, sin saber exactamente qué contestarle.
-Ni yo. Por eso estaba aquí tan sola –soltó un suspiro mientras volvía a clavar la mirada en su cuaderno.- Menos mal que has llegado. Me he alegrado cuando te he visto entrar.
Mi corazón empezó a latir a un ritmo descontrolado al oír aquellas sinceras palabras. Se alegraba de que estuviera allí, de que me hubiera sentado junto a ella para conversar un poco. Ella, al notar que mis nervios se disparaban sin control, quiso cambiar de conversación:
-Charlie, ¿verdad?
-Sí, ¿cómo lo sabes?
-Me han hablado de ti.
-Ah, ¿sí? –contesté tratando de hacerme el interesante
Asintió levemente con la cabeza. Mis pensamientos se dispararon haciéndose mil y una preguntas sin respuesta. ¿Cómo era posible que aquella chica me conociese cuando yo ni siquiera sabía su nombre?
Me di cuenta al cabo de un rato de que me había quedado anonadado admirando su preciosa sonrisa y sus carnosos labios rojos perfectamente perfilados. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Aquella chica me gustaba, no había la menor duda. ¿Pero podía llamarse eso amor? Sinceramente, no podía contestar a esa pregunta. ¿Me estaría enamorando? No creía en el amor a primera vista pero tenía mis dudas… Aquella situación estaba empezando a incomodarme. Ella sabía acerca de mí y yo apenas sabía su nombre.
-¿Puedo hacerme una pregunta? –me soltó, haciendo que mis pensamientos se disiparan.
-Claro –contesté impresionado.
-Me gustaría saber en quién están inspirados todos esos preciosos poemas que compones.
Un suspiro apenas perceptible salió de entre mis labios, asemejándose a un leve siseo. Me removí incómodo en mi asiento. Me percaté de repente de que la gente estaba empezando a llegar a la biblioteca.
-No tienes que contestarme si no quieres… -me observó expectante.
-Lucy –dije al fin.
-¿Lucy?
-Mi ex novia
-Oh… Entiendo –me dijo como si se arrepintiera de su pregunta.
-No pasa nada –le contesté con una ligera sonrisa.
-¿Por qué lo dejasteis?
Me paré un segundo a reflexionar y me di cuenta de que en realidad no lo habíamos dejado. Ella se fue al extranjero a estudiar, pero no había roto conmigo en ningún momento.
-Tuvo que irse al extranjero para estudiar y era imposible mantener una relación a distancia.
-Cuánto lo siento –me dijo, y por una vez en mucho tiempo, había conseguido escuchar las más sinceras palabras.
-No importa… -dije, llenando mis pulmones de aire.
Estuvimos conversando un buen rato acerca de todo un poco mientras llegaban los demás. Aquello podría ser el comienzo de una bonita amistad. Rachel comenzó con la clase pero yo aún seguía absorto en mis pensamientos. Una idea repentina acudió a mi mente.
-Esto… ¿Cuál es tu nombre?
Ella río y mis mejillas se volvieron a sonrojar.

-Me llamo Abbey –contestó con un brillo en los ojos.- Abbey Dawn.

sábado, 28 de marzo de 2015

CAPITULO 15

-Eso es todo por hoy, chicos –dijo Rachel con un tono entusiasta.- ¡Nos vemos el próximo día!
Todo el mundo empezó a levantarse y desperté del trance en que me encontraba. En ese justo momento me percaté de que la hoja que tenía delante aún seguía en blanco. No había escrito nada durante toda la reunión y eso era extraño en mí. Había perdido totalmente la concentración y aún seguía obsesionado con aquella chica tan mona. Recogí mis cosas y cuando quise darme cuenta, la había perdido de vista entre la multitud de adolescentes. Me apresuré hacia la salida de la biblioteca con el corazón en un puño, pero desgraciadamente no encontré rastro de ella. Lo único que se veían eran grupos de universitarios andando de un lado para otro.
No tenía clase durante el resto del día y la verdad era que me apetecía un merecido descanso. Se me ocurrió que podría llamar a Kevin para pasar la tarde. Se me había pasado un poco el cabreo que tenía con él, aunque aún guardaba un poquito de rencor. Marqué su número de teléfono mientras avanzaba hacia la puerta principal atravesando el campus. Tras el segundo pitido, su voz sonó estrepitosamente al otro lado del teléfono:
-¡Ey tío! –me saludó alegremente.
-Hola Kevin, ¿tienes algo que hacer esta tarde?
Nos ensimismamos en una conversación tonta y sin sentido mientras me dirigía calle arriba hacia mi casa con un paso ligero. En apenas unos minutos llegué a casa y tras saludar a mi madre con un ligero movimiento de cabeza, desaparecí escaleras arriba, aún con el teléfono en la oreja.
-Bueno Kevin… tengo miles de cosas por hacer así que tengo que dejarte –le dije despidiéndome.- Nos vemos esta tarde.
-Hasta luego –se despidió él alegremente.
Era casi la hora de la comida, así que esperé a que mamá me avisara para comer y aproveché ese rato para echar un descanso. Me tumbé en mi cama boca arriba, mirando al techo.
Rápidamente, un pensamiento invadió mi cabeza. La imagen de aquella chica que hoy había “conocido” en la biblioteca. Era una lástima que no hubiera tenido la oportunidad de hablar con ella. Me habría gustado felicitarle por su estupenda composición. No tenía su número de teléfono. Es más… ¡ni siquiera sabía su nombre! Parecía una chica con un cierto aire misterioso…
Decidí no darle demasiada importancia, puesto que dentro de poco  tiempo la volvería a ver. Eso me reconfortaba y me daba una agradable sensación de alivio. Necesitaba verla. Lo necesitaba.
-¡Charlie! –se oyó desde el piso de abajo.- Vamos a comer.
-¡Voy! –grité yo para que mi madre me escuchara.
Puse el móvil a cargar y bajé las escaleras a toda prisa.
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Después de estar un rato jugando a la videoconsola con Kevin (y ganarle un par de partidas) salimos a dar una vuelta por ahí. Llamamos a Eric para que viniera con nosotros. Estuvimos tomando unas cervezas en un pub del centro que estaba bastante bien. Me agradaba estar con mis dos mejores amigos tomando algo, olvidando los problemas y pasando un rato agradable en su compañía. Esto me recordaba a cuando éramos unos críos. Estábamos todo el día los tres juntos, de un lado para otro, sin ningún tipo de preocupación. Sentía una gran satisfacción al saber que aún seguíamos igual y que ahí estábamos para ayudarnos mutuamente en lo que hiciera falta. Era un placer saber que podía contar con ellos para todo. Éramos como hermanos.
-Por cierto –dije, dirigiéndome a Eric.- ¿Sabes algo de Kate? Hace un tiempo que no la veo.
Arqueó una ceja en señal interrogativa y en su expresión se vio un atisbo de frustración. Rápidamente le cambió el semblante como si se hubiera acordado de algo.
-Lo dices por lo del embarazo, ¿no?
-Sí.
-Gracias a Dios, el médico le dijo la semana pasada que no había indicios de embarazo. Pero le advirtió de que hay muchos medios y precauciones por si no se quería quedar embarazada.
Eric lanzó un suspiro de alivio. Le contesté con una sincera sonrisa para hacerle saber que me alegraba por él.
-Pero Kate y yo hemos empezado a salir –dijo sonrojándose al instante mientras se pasaba una mano por el pelo para disimular su timidez.
-¡Uooooo! –exclamó Kevin.- Al fin buenas noticias.
-Hemos pensado que quizá lo nuestro pueda salir bien –nos explicó.

Estuvimos horas y horas hablando de nuestras cosas y contándonos nuestra vida. Estaba empezando a hacerse tarde, por lo que decidimos irnos a casa ya. Me despedí de ellos y conduje a casa lentamente y con precaución, puesto que había bebido un par de copas y prefería no salirme de la carretera y empotrarme contra un árbol. Al llegar a casa, metí el coche en el garaje. Entré en casa silenciosamente y supuse que mi madre ya estaría durmiendo. Me dirigí a mi habitación de puntillas para no hacer ruido y decidí que ya era hora de acostarme, además me encontraba demasiado cansado. Me puse el pijama y me metí en la cama. Aquella noche soñé con camisas de cuadros rojos y ojos del color de la miel. 

viernes, 27 de febrero de 2015

CAPITULO 14

Era una mañana de mediados de Febrero en la que se podría decir que empezó mi verdadera historia, la historia de mi vida. Algo que lo cambiaría todo, que llegaría a mi vida para ponerla patas arriba y romper todos mis esquemas. Al fin iba a dejar de ser aquel muerto viviente, como los que salían en las películas de zombies, andando de un lado a otro sin ganas de nada y con la mirada perdida en algún lugar del suelo. Iba a dejar apartado aquel estilo de vida para dejar paso a un Charlie lleno de entusiasmo, con ganas de vivir. Volvería a escuchar mi atolondrado corazón latir dentro de mí a causa de un amor. Pues, aunque yo lo creía así, no había superado aún la pérdida del amor de mi vida. Aún sentía el amor de Lucy dentro de mí. La extrañaba muchísimo. Pero no iba a martirizarme más, pues como un buen sabio dijo una vez… el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Aquel día lo cambiaría todo…
Me levanté de la cama para ir a la universidad como otro día cualquiera. Ese día tenía un examen muy importante en el que necesitaba buena nota. Me lo había estado preparando durante las últimas dos semanas y había estudiado bastante para ese examen. Tras desayunar y vestirme, salí por la puerta apuntes en mano. Había pensado que podría repasar un poco camino de la universidad, puesto que tenía el examen bien temprano, a primera hora de la mañana. Llevaba un paso lento y despreocupado, hasta que me percaté de la hora que era y me di cuenta de que podría llegar tarde si me dormía en los laureles. Me apresuré.
Después de dos horas de examen, lo terminé y lo entregué al profesor. Salí de clase lentamente arrastrando los pies y mirando al suelo. No me había salido tan bien como esperaba. La verdad es que podría haberme salido mejor para todo lo que había estudiado, pero en ese momento solo podía pensar en que cabría la remota posibilidad de haber aprobado con un triste 5, y con eso me bastaba. De 10 a 11:30 tenía club de poesía, lo cual me venía bien pues no tenía clases el resto del día y tenía ese ratito libre para dedicarme a lo que realmente me daba la vida. Me dirigí a la biblioteca, atravesando el campus, ya que tenía que cambiarme de edificio. La biblioteca estaba reservada para nosotros, con la intención de que no estuviera ocupada los días de reunión de nuestro club. Aquel día entré por las puertas de la biblioteca, abiertas de par en par, y me llevé una grata sorpresa al ver que la biblioteca aquel día estaba más llena de lo normal. Normalmente, asistíamos poca gente al club de poesía, porque entre que muchos estaban de exámenes y apenas podían permitirse un descanso y otros que nos les coincidían los ratos libres con el horario del club de poesía... a las reuniones íbamos poca gente. Al instante pensé que eran alumnos que se habrían colado allí para poder estudiar o hacer algún tipo de trabajo. A simple vista, parecían alumnos un año menores que yo, o quizás dos. Llegué a sopesar la idea de que quizá me habría equivocado de día y no teníamos club. Todas mis dudas se disolvieron cuando pasó junto a mí Rachel:
-¡Hola Charlie! –exclamó al verme, con una radiante sonrisa en la cara.
-Hola Rachel –le contesté yo, vacilante en la entrada, sin saber si quedarme fuera o entrar.- ¿No hay demasiada gente hoy por aquí?
-Sí –contestó sin que desapareciera esa sonrisa de entusiasmo.- Son los nuevos alumnos de la universidad. Han empezado hoy la carrera y por lo visto tenemos mucho nuevo ganado por aquí… -se río por lo bajini.
Me limité a sonreír irónicamente por el chiste tan malo que había hecho. Rachel estaba encanta de tener nueva gente que asistiera a su club. Aquel día la biblioteca era un hervidero de alumnos cuchicheando y andando de un lado para otro. Tomé asiento en una silla libre que había alrededor de una gran mesa redonda. Observé detenidamente las caras de los que allí se encontraban sentados, alrededor de aquella gran mesa. La mayoría de las caras me eran familiares, porque eran mis compañeros, los que habitualmente íbamos al club de poesía, pero otros muchos eran totalmente desconocidos para mí. Rachel comenzó a hablar y a presentarse a todos los nuevos, pero yo seguía ensimismado en el análisis a las caras de todos aquellos jóvenes. Oía de fondo lo que decía Rachel pero sin prestarle demasiada atención. La razón de mi desconcentración era que posé la mirada en una chica que estaba al otro extremo de la mesa. Era una chica de tez morena, alrededor de un año menor que yo, con un pelo moreno que le caía grácilmente sobre los hombros en una cascada de enrevesados tirabuzones ondulados. Vestía una elegante camisa de cuadros rojos y negros. De repente, se levantó para colgar su abrigo en la percha y pude apreciar sus bonitos vaqueros negros que se ceñían a su cuerpo, marcando toda su figura.
-Bonito culo –susurró la voz de mi conciencia.
Al instante me sentí avergonzado por el pensamiento que acababa de cruzar por mi mente. Volvió a sentarse y miró hacia arriba. Nuestras miradas se cruzaron, y el tiempo no supo si colapsar o seguir avanzando. Tenía unos ojos preciosos, del color de la miel diría yo, pero la distancia a la que estábamos no me permitía ver con exactitud. Me sostuvo la mirada sin apartarla y yo tampoco la aparté. Tenía la respiración entrecortada y el corazón a mil por hora. ¿Qué era aquella extraña sensación que me sacudía todo el cuerpo como una corriente eléctrica? Rachel seguía hablando pero ya se había convertido en una especie de música de fondo que escuchas sin prestarle mucha atención. Al parecer había propuesto una lluvia de ideas y varios de los allí presentes había propuesto algo, para poder crear un poema. Esta chica apartó la mirada de mí. Se recogió el pelo en una coleta y centró su mirada en el folio que tenía delante. Cogió su bolígrafo azul y comenzó a escribir.
Me había olvidado de hacer mi minucioso análisis a los demás restantes, pero ya no me importaban. Mantenía mi atención centrada en ella. Al cabo de unos minutos, esta chica levantó el brazo en señal de que quería participar. Rachel le cedió el turno de palabra. La chica se puso en pie y leyó la poesía que acaba de escribir. Realmente, me conmovió. Fue un precioso poema que hablaba sobre la melancolía y, a decir verdad, era un poco triste. No sabía cual podría haber sido la inspiración de aquella misteriosa chica para escribir eso, pero lo que si sabía era que fue muy profundo.
Después de leer el poema y recibir una ola de aplausos, volvió a sentarse. No podía apartar la mirada de ella. Cabizbaja, se miró las manos y simuló estar arreglándose las uñas para no mirar al frente. Era demasiado obvio que era tímida y le daba vergüenza enfrentarse a todo aquel público que la aclamaba y le felicitaba por aquel poema tan estupendo. Demasiado estupendo para ser su primer día allí.

Rachel se percató de su timidez e inmediatamente pasó a otro tema para no hacerla sentir tan violenta. La chica seguía aún mirando hacia la mesa, con la mirada perdida. Levantó la vista y observó que aún seguía mirándola. Arqueó una ceja, interrogante. Mordió bruscamente su labio inferior, tanto que llegué a pensar que si lo seguía haciendo no tardaría en sangrar. Mi respiración volvió a alterarse, mientras intentaba sofocar un gemido que salía de lo más profundo de mi garganta. Sonrió imperiosamente, como un niño que consigue la chuchería que tanto ansiaba. No pude evitar devolverle la sonrisa. Yo no era de los que creían en el amor a primera vista, hasta ese día… Pero ya era demasiado tarde. Su sonrisa ya había hecho efecto en mí.