jueves, 17 de septiembre de 2015

CAPITULO 17

Estaba tan distraído admirando su belleza que no me di cuenta de que la clase ya había empezado. Abbey Dawn -repetí para mis adentros. Conseguí, con grandes esfuerzos, concentrarme y pude al fin seguir el ritmo de la clase. Rachel había ideado un nuevo método para que las ideas fluyeran más libremente y poder construir mejores poemas. Nos mandó a ponernos por parejas. ¡Bien! Tendría oportunidad de conocer un poco más a aquella chica. La observé y miraba de un lado a otro, desorientada. Supuse que aún no le había dado tiempo a hacer nuevas amistades ni conocer a nadie. Me extrañó bastante que al ser tan guapa ningún chico se hubiera acercado a tirarle los trastos.
-¿Tú y yo? –le pregunté a la vez que me señalaba  a mí mismo.
Sonrió y asintió lentamente con la cabeza. Me levanté de mi silla para aproximarme hasta ella y tomar asiento a su lado.
-Hola de nuevo –dije con una sonrisa bobalicona en la cara. Se limitó a sonreír. Supuse que era la frase estúpida del día por excelencia.
-Bien, ¿ya tenéis todos pareja? –preguntó Rachel.
-Sí –contestamos todos a coro.
A continuación Rachel nos dio una serie de instrucciones para poder hacer el poema.
-Charlie –me dijo Abbey.- ¿Prefieres que lo hagamos juntos en un mismo folio o cada uno en su cuaderno y después comparamos y elegimos el mejor?
Me detuve a observar sus carnosos labios que, al sonreír, dejaban al descubierto unos perfectos dientes alineados. Seguí subiendo para toparme con su nariz chata y respingona que tanta gracia me hacía. Tenía una nariz bonita. Seguí subiendo por su cara. Llegué hasta unos grandes ojos de color castaño, pero tan claros que los asemejaba al color de la miel, acompañados de unas cejas bien perfiladas. Su mirada era tan penetrante que despertaba algo en mi interior.
-¡Charlie!  -dijo un poco más alto y me hizo un gesto con la mano para salir del trance.
-¿Decías? –dije mientras pestañeaba un par de veces.
Soltó una carcajada y me volvió a repetir la frase.
Me pasé toda la clase absorto en mis pensamientos y observándola a ella. Cuando estaba cerca de Abbey mi sentido de la concentración desaparecía. Anulaba mis sentidos. Abbey era, en definitiva, mi marca de heroína.
-Tienes una letra muy bonita –dije de repente observando su cuaderno limpio y ordenado, que dejaba en ridículo a mi desordenado cuaderno lleno de versos y tinta.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por el timbre.
-Nos vemos la semana que viene chicos, tenéis que traer el poema terminado. –dijo Rachel dando por finalizada la clase.- El mejor poema será recompensado con un premio.
Recogí mis cosas y las metí en la mochila. Cuando alcé la vista vi a Abbey esperándome en el descansillo de la puerta mientras se deshacía su desaliñado moño y su pelo caía en cascada por su espalda. Una sonrisa inevitable acudió a mi rostro. Me levanté rápidamente de la silla y me acerqué hasta la puerta.
-¿Vamos? –me dijo dedicándome una sonrisa de amabilidad.
Asentí con la cabeza incapaz de articular palabra alguna. Estaba flipándolo con la idea de que aquel monumento de chica me estuviera esperando a mí. A MÍ. No podía ser cierto. Debía de ser un sueño. Eso es, estaba soñando otra vez con ella. Me pellizqué el brazo.
-¡Ay! –solté inconscientemente mientras bajábamos las escaleras y salíamos al exterior.
-¿Charlie? –me miró con cara de preocupación.- ¿Te pasa algo?
-No no, estoy bien –dije frotándome el brazo para aliviar el dolor.
Fuera hacía un calor impresionante, característico de una tarde de últimos de Mayo. El verano estaba llegando. Cruzamos el campus en un silencio incómodo.
-Oye Charlie, tengo que irme. Ya no tengo más clases y mi padre me está esperando para llevarme a casa.
-Oh. Vale. Nos vemos –me despedí.
Ella se despidió con la mano mientras avanzaba hacia un Mercedes azul marino. Ese coche me resultaba familiar. Serían imaginaciones mías.
Yo tuve otras dos horas más de clase, pero como si no hubiera estado presente. Mi mente volaba a otro lugar. Un lugar donde sólo existíamos Abbey y yo. Me percaté de que era el mismo lugar que me imaginaba estando solo con Lucy, pero ahora Lucy había sido sustituida. Sentí que la traicionaba y un sentimiento de culpabilidad invadió mi mente. Pero era irremediable, no podía dejar de pensar en esa chica. Era absolutamente perfecta.
Cuando terminaron las clases volví a casa y me puse a estudiar como un loco. Sólo me faltaba por hacer un examen y sería libre. Un inolvidable verano me esperaba a la vuelta de la esquina. Saqué los libros de mi mochila y me puse a estudiar.
Pasadas dos horas decidí hacer un breve descanso para despejarme un rato. Saqué el cuaderno de poesía para intentar avanzar un poco en el poema que debíamos de componer. Abrí el cuaderno y me encontré con una grata sorpresa. En un margen de mi cuaderno había un número de teléfono apuntado y en una bonita letra cursiva alguien había escrito Abbey, subrayándolo para que se viera. No sabía cómo se las había apañado para escribir su número sin que yo la hubiera visto. Una gran sonrisa cruzó mi rostro.
Inmediatamente cogí mi teléfono móvil y marqué el número. Dio unos cuantos toques y al fin descolgó. Su melodiosa voz sonó al otro lado de la línea.
-¿Diga?
-Hola, Abbey. Esto… soy, soy… Soy Charlie –no podía entender por qué estaba tan nervioso.- He visto tu… bueno, tu número que estaba en… Mi cuaderno. Y entonces yo…
Una risa dulce sonó al otro lado.
-Estaba esperando tu llamada Charlie.
-Ah… -me limité a contestar con una sonrisa bobalicona.
-¿Estás haciendo algo?
-Estaba estudiando pero he decidido hacer un descanso. ¿Por?
-Nada, por si te apetecía venir a mi casa. Además, tenemos que terminar el poema para el club de poesía.
Oh. El poema. Lo había olvidado por completo. Pensé que llevaba bastante bien el examen y aún quedaban un par de días, por lo que podría seguir estudiando en otro momento.
-Nos vemos ahora –le contesté.
-Está bien. Te mando mi dirección por SMS. ¡Hasta luego!
-Adiós -le dije.
¿Qué me pongo? -pensé. Busqué en mi armario y al final opté por una vestimenta cómoda y casual. Una camiseta de Guns and roses, unos vaqueros desgastados y mis converse blancas.
En mi teléfono móvil sonó el tono de notificación. Lo miré y era un mensaje de Abbey con su dirección. Vivía por el centro, así que tendría que coger un bus. Miré la hora. Las 17:45. El bus pasaría a las 18, así que debía de apresurarme.
Bajé las escaleras a toda prisa.

-Mamá, voy a salir un momento –grité, antes de desaparecer corriendo tras la puerta del vestíbulo.

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