Estábamos ya llegando a la época de los exámenes finales,
por lo que apenas tenía tiempo para respirar. En la última semana me había
encontrado muy agobiado y me faltaba tiempo por todos lados. Era un lunes de
últimos de Mayo y había decidido despejarme un rato de los estudios e ir al
club de poesía. Justo al cruzar la puerta de la biblioteca de la universidad,
una corriente eléctrica sacudió todo mi cuerpo privándome de mis sentidos. Era
ella. La chica de mis sueños, literalmente. Desde que la vi el primer día en el
club de poesía no había parado de soñar con ella y con sus ojos de color miel.
Se encontraba sentada en aquella mesa redonda en mitad de la biblioteca,
escribiendo en un cuaderno desesperadamente, como si no pudiera alcanzar a
encontrar las palabras exactas para su composición. Llevaba el pelo recogido en
un moño desaliñado sujeto por un lápiz que lo atravesaba.
Al entrar, alzó la cabeza para observarme y una media
sonrisa cruzó su rostro fugazmente. Me quedé vacilante en el descansillo de la
puerta, sin saber si pasar o darme media vuelta e irme por donde había venido.
Opté por la primera opción y he de confesar que no sé de dónde saqué el valor
necesario para acercarme hasta la mesa solitaria y sentarme a su lado.
-Hola –musité tímidamente.
Por el tiempo que tardó en contestarme intuí que no había
escuchado mi saludo apenas audible.
-Hola –me contestó educadamente con una sincera sonrisa en
el semblante.
Noté como mis mejillas adoptaban un cierto color sonrosado y
aumentaba la temperatura de mi cara. Al instante sentí un calor agobiante. Me
estaba ruborizando. Ella se percató de mi timidez y soltó una ligera carcajada.
Estaba de lo más relajada y no entendía cómo podía estarlo en una situación
así. Empecé a balbucear sin ton ni son pronunciando palabras incoherentes.
-Parece que no hay mucho ambiente por aquí hoy, ¿no? –conseguí
articular al fin, para sacar un tema de conversación.
-Al parecer han cambiado el horario del club y lo han
atrasado media hora.
-Vaya… No sabía nada –dije, sin saber exactamente qué
contestarle.
-Ni yo. Por eso estaba aquí tan sola –soltó un suspiro
mientras volvía a clavar la mirada en su cuaderno.- Menos mal que has llegado.
Me he alegrado cuando te he visto entrar.
Mi corazón empezó a latir a un ritmo descontrolado al oír
aquellas sinceras palabras. Se alegraba de que estuviera allí, de que me
hubiera sentado junto a ella para conversar un poco. Ella, al notar que mis
nervios se disparaban sin control, quiso cambiar de conversación:
-Charlie, ¿verdad?
-Sí, ¿cómo lo sabes?
-Me han hablado de ti.
-Ah, ¿sí? –contesté tratando de hacerme el interesante
Asintió levemente con la cabeza. Mis pensamientos se
dispararon haciéndose mil y una preguntas sin respuesta. ¿Cómo era posible que
aquella chica me conociese cuando yo ni siquiera sabía su nombre?
Me di cuenta al cabo de un rato de que me había quedado
anonadado admirando su preciosa sonrisa y sus carnosos labios rojos
perfectamente perfilados. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Aquella
chica me gustaba, no había la menor duda. ¿Pero podía llamarse eso amor?
Sinceramente, no podía contestar a esa pregunta. ¿Me estaría enamorando? No
creía en el amor a primera vista pero tenía mis dudas… Aquella situación estaba
empezando a incomodarme. Ella sabía acerca de mí y yo apenas sabía su nombre.
-¿Puedo hacerme una pregunta? –me soltó, haciendo que mis
pensamientos se disiparan.
-Claro –contesté impresionado.
-Me gustaría saber en quién están inspirados todos esos
preciosos poemas que compones.
Un suspiro apenas perceptible salió de entre mis labios,
asemejándose a un leve siseo. Me removí incómodo en mi asiento. Me percaté de
repente de que la gente estaba empezando a llegar a la biblioteca.
-No tienes que contestarme si no quieres… -me observó
expectante.
-Lucy –dije al fin.
-¿Lucy?
-Mi ex novia
-Oh… Entiendo –me dijo como si se arrepintiera de su
pregunta.
-No pasa nada –le contesté con una ligera sonrisa.
-¿Por qué lo dejasteis?
Me paré un segundo a reflexionar y me di cuenta de que en
realidad no lo habíamos dejado. Ella se fue al extranjero a estudiar, pero no
había roto conmigo en ningún momento.
-Tuvo que irse al extranjero para estudiar y era imposible
mantener una relación a distancia.
-Cuánto lo siento –me dijo, y por una vez en mucho tiempo,
había conseguido escuchar las más sinceras palabras.
-No importa… -dije, llenando mis pulmones de aire.
Estuvimos conversando un buen rato acerca de todo un poco
mientras llegaban los demás. Aquello podría ser el comienzo de una bonita
amistad. Rachel comenzó con la clase pero yo aún seguía absorto en mis
pensamientos. Una idea repentina acudió a mi mente.
-Esto… ¿Cuál es tu nombre?
Ella río y mis mejillas se volvieron a sonrojar.
-Me llamo Abbey –contestó con un brillo en los ojos.- Abbey
Dawn.
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