-Eso es todo por hoy, chicos –dijo Rachel con un tono
entusiasta.- ¡Nos vemos el próximo día!
Todo el mundo empezó a levantarse y desperté del trance en
que me encontraba. En ese justo momento me percaté de que la hoja que tenía
delante aún seguía en blanco. No había escrito nada durante toda la reunión y
eso era extraño en mí. Había perdido totalmente la concentración y aún seguía
obsesionado con aquella chica tan mona. Recogí mis cosas y cuando quise darme
cuenta, la había perdido de vista entre la multitud de adolescentes. Me
apresuré hacia la salida de la biblioteca con el corazón en un puño, pero
desgraciadamente no encontré rastro de ella. Lo único que se veían eran grupos
de universitarios andando de un lado para otro.
No tenía clase durante el resto del día y la verdad era que
me apetecía un merecido descanso. Se me ocurrió que podría llamar a Kevin para
pasar la tarde. Se me había pasado un poco el cabreo que tenía con él, aunque
aún guardaba un poquito de rencor. Marqué su número de teléfono mientras
avanzaba hacia la puerta principal atravesando el campus. Tras el segundo
pitido, su voz sonó estrepitosamente al otro lado del teléfono:
-¡Ey tío! –me saludó alegremente.
-Hola Kevin, ¿tienes algo que hacer esta tarde?
Nos ensimismamos en una conversación tonta y sin sentido
mientras me dirigía calle arriba hacia mi casa con un paso ligero. En apenas
unos minutos llegué a casa y tras saludar a mi madre con un ligero movimiento
de cabeza, desaparecí escaleras arriba, aún con el teléfono en la oreja.
-Bueno Kevin… tengo miles de cosas por hacer así que tengo
que dejarte –le dije despidiéndome.- Nos vemos esta tarde.
-Hasta luego –se despidió él alegremente.
Era casi la hora de la comida, así que esperé a que mamá me
avisara para comer y aproveché ese rato para echar un descanso. Me tumbé en mi
cama boca arriba, mirando al techo.
Rápidamente, un pensamiento invadió mi cabeza. La imagen de
aquella chica que hoy había “conocido” en la biblioteca. Era una lástima que no
hubiera tenido la oportunidad de hablar con ella. Me habría gustado felicitarle
por su estupenda composición. No tenía su número de teléfono. Es más… ¡ni
siquiera sabía su nombre! Parecía una chica con un cierto aire misterioso…
Decidí no darle demasiada importancia, puesto que dentro de
poco tiempo la volvería a ver. Eso me
reconfortaba y me daba una agradable sensación de alivio. Necesitaba verla. Lo
necesitaba.
-¡Charlie! –se oyó desde el piso de abajo.- Vamos a comer.
-¡Voy! –grité yo para que mi madre me escuchara.
Puse el móvil a cargar y bajé las escaleras a toda prisa.
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Después de estar un rato jugando a la videoconsola con Kevin
(y ganarle un par de partidas) salimos a dar una vuelta por ahí. Llamamos a
Eric para que viniera con nosotros. Estuvimos tomando unas cervezas en un pub
del centro que estaba bastante bien. Me agradaba estar con mis dos mejores
amigos tomando algo, olvidando los problemas y pasando un rato agradable en su
compañía. Esto me recordaba a cuando éramos unos críos. Estábamos todo el día
los tres juntos, de un lado para otro, sin ningún tipo de preocupación. Sentía
una gran satisfacción al saber que aún seguíamos igual y que ahí estábamos para
ayudarnos mutuamente en lo que hiciera falta. Era un placer saber que podía
contar con ellos para todo. Éramos como hermanos.
-Por cierto –dije, dirigiéndome a Eric.- ¿Sabes algo de Kate?
Hace un tiempo que no la veo.
Arqueó una ceja en señal interrogativa y en su expresión se
vio un atisbo de frustración. Rápidamente le cambió el semblante como si se
hubiera acordado de algo.
-Lo dices por lo del embarazo, ¿no?
-Sí.
-Gracias a Dios, el médico le dijo la semana pasada que no
había indicios de embarazo. Pero le advirtió de que hay muchos medios y
precauciones por si no se quería quedar embarazada.
Eric lanzó un suspiro de alivio. Le contesté con una sincera
sonrisa para hacerle saber que me alegraba por él.
-Pero Kate y yo hemos empezado a salir –dijo sonrojándose al
instante mientras se pasaba una mano por el pelo para disimular su timidez.
-¡Uooooo! –exclamó Kevin.- Al fin buenas noticias.
-Hemos pensado que quizá lo nuestro pueda salir bien –nos
explicó.
Estuvimos horas y horas hablando de nuestras cosas y
contándonos nuestra vida. Estaba empezando a hacerse tarde, por lo que
decidimos irnos a casa ya. Me despedí de ellos y conduje a casa lentamente y
con precaución, puesto que había bebido un par de copas y prefería no salirme
de la carretera y empotrarme contra un árbol. Al llegar a casa, metí el coche
en el garaje. Entré en casa silenciosamente y supuse que mi madre ya estaría
durmiendo. Me dirigí a mi habitación de puntillas para no hacer ruido y decidí
que ya era hora de acostarme, además me encontraba demasiado cansado. Me puse
el pijama y me metí en la cama. Aquella noche soñé con camisas de cuadros rojos
y ojos del color de la miel.
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