Era una mañana de mediados de Febrero en la que se podría
decir que empezó mi verdadera historia, la historia de mi vida. Algo que lo
cambiaría todo, que llegaría a mi vida para ponerla patas arriba y romper todos
mis esquemas. Al fin iba a dejar de ser aquel muerto viviente, como los que
salían en las películas de zombies, andando de un lado a otro sin ganas de
nada y con la mirada perdida en algún lugar del suelo. Iba a dejar apartado aquel estilo de vida para dejar paso a un Charlie lleno de entusiasmo, con
ganas de vivir. Volvería a escuchar mi atolondrado corazón latir dentro de mí a
causa de un amor. Pues, aunque yo lo creía así, no había superado aún la
pérdida del amor de mi vida. Aún sentía el amor de Lucy dentro de mí. La
extrañaba muchísimo. Pero no iba a martirizarme más, pues como un buen sabio
dijo una vez… el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Aquel
día lo cambiaría todo…
Me levanté de la cama para ir a la universidad como otro día
cualquiera. Ese día tenía un examen muy importante en el que necesitaba buena
nota. Me lo había estado preparando durante las últimas dos semanas y había
estudiado bastante para ese examen. Tras desayunar y vestirme, salí por la
puerta apuntes en mano. Había pensado que podría repasar un poco camino de la
universidad, puesto que tenía el examen bien temprano, a primera hora de la
mañana. Llevaba un paso lento y despreocupado, hasta que me percaté de la hora
que era y me di cuenta de que podría llegar tarde si me dormía en los laureles.
Me apresuré.
Después de dos horas de examen, lo terminé y lo entregué al
profesor. Salí de clase lentamente arrastrando los pies y mirando al suelo. No me
había salido tan bien como esperaba. La verdad es que podría haberme salido
mejor para todo lo que había estudiado, pero en ese momento solo podía pensar
en que cabría la remota posibilidad de haber aprobado con un triste 5, y con eso me
bastaba. De 10 a 11:30 tenía club de poesía, lo cual me venía bien pues no
tenía clases el resto del día y tenía ese ratito libre para dedicarme a lo que
realmente me daba la vida. Me dirigí a la biblioteca, atravesando el campus, ya
que tenía que cambiarme de edificio. La biblioteca estaba reservada para nosotros,
con la intención de que no estuviera ocupada los días de reunión de nuestro
club. Aquel día entré por las puertas de la biblioteca, abiertas de par en par,
y me llevé una grata sorpresa al ver que la biblioteca aquel día estaba más
llena de lo normal. Normalmente, asistíamos poca gente al club de poesía,
porque entre que muchos estaban de exámenes y apenas podían permitirse un
descanso y otros que nos les coincidían los ratos libres con el horario del
club de poesía... a las reuniones íbamos poca gente. Al instante pensé que eran
alumnos que se habrían colado allí para poder estudiar o hacer algún tipo de
trabajo. A simple vista, parecían alumnos un año menores que yo, o quizás dos. Llegué
a sopesar la idea de que quizá me habría equivocado de día y no teníamos club.
Todas mis dudas se disolvieron cuando pasó junto a mí Rachel:
-¡Hola Charlie! –exclamó al verme, con una radiante sonrisa
en la cara.
-Hola Rachel –le contesté yo, vacilante en la entrada, sin
saber si quedarme fuera o entrar.- ¿No hay demasiada gente hoy por aquí?
-Sí –contestó sin que desapareciera esa sonrisa de
entusiasmo.- Son los nuevos alumnos de la universidad. Han empezado hoy la
carrera y por lo visto tenemos mucho nuevo ganado por aquí… -se río por lo
bajini.
Me limité a sonreír irónicamente por el chiste tan malo que
había hecho. Rachel estaba encanta de tener nueva gente que asistiera a su
club. Aquel día la biblioteca era un hervidero de alumnos cuchicheando y
andando de un lado para otro. Tomé asiento en una silla libre que había
alrededor de una gran mesa redonda. Observé detenidamente las caras de los que
allí se encontraban sentados, alrededor de aquella gran mesa. La mayoría de las caras me eran familiares, porque eran mis compañeros, los que habitualmente íbamos al club
de poesía, pero otros muchos eran totalmente desconocidos para mí. Rachel
comenzó a hablar y a presentarse a todos los nuevos, pero yo seguía ensimismado
en el análisis a las caras de todos aquellos jóvenes. Oía de fondo lo que decía
Rachel pero sin prestarle demasiada atención. La razón de mi desconcentración
era que posé la mirada en una chica que estaba al otro extremo de la mesa. Era
una chica de tez morena, alrededor de un año menor que yo, con un pelo moreno
que le caía grácilmente sobre los hombros en una cascada de enrevesados
tirabuzones ondulados. Vestía una elegante camisa de cuadros rojos y negros. De
repente, se levantó para colgar su abrigo en la percha y pude apreciar sus
bonitos vaqueros negros que se ceñían a su cuerpo, marcando toda su figura.
-Bonito culo –susurró
la voz de mi conciencia.
Al instante me sentí avergonzado por el pensamiento que
acababa de cruzar por mi mente. Volvió a sentarse y miró hacia arriba. Nuestras
miradas se cruzaron, y el tiempo no supo si colapsar o seguir avanzando. Tenía
unos ojos preciosos, del color de la miel diría yo, pero la distancia a la que
estábamos no me permitía ver con exactitud. Me sostuvo la mirada sin apartarla
y yo tampoco la aparté. Tenía la respiración entrecortada y el corazón a mil
por hora. ¿Qué era aquella extraña sensación que me sacudía todo el cuerpo como
una corriente eléctrica? Rachel seguía hablando pero ya se había convertido en
una especie de música de fondo que escuchas sin prestarle mucha atención. Al
parecer había propuesto una lluvia de ideas y varios de los allí presentes
había propuesto algo, para poder crear un poema. Esta chica apartó la mirada de
mí. Se recogió el pelo en una coleta y centró su mirada en el folio que tenía
delante. Cogió su bolígrafo azul y comenzó a escribir.
Me había olvidado de hacer mi minucioso análisis a los demás
restantes, pero ya no me importaban. Mantenía mi atención centrada en ella. Al
cabo de unos minutos, esta chica levantó el brazo en señal de que quería
participar. Rachel le cedió el turno de palabra. La chica se puso en pie y leyó
la poesía que acaba de escribir. Realmente, me conmovió. Fue un precioso poema
que hablaba sobre la melancolía y, a decir verdad, era un poco triste. No sabía
cual podría haber sido la inspiración de aquella misteriosa chica para escribir
eso, pero lo que si sabía era que fue muy profundo.
Después de leer el poema y recibir una ola de aplausos,
volvió a sentarse. No podía apartar la mirada de ella. Cabizbaja, se miró las manos y simuló estar arreglándose las uñas para no mirar al frente. Era demasiado obvio que era tímida y
le daba vergüenza enfrentarse a todo aquel público que la aclamaba y le felicitaba
por aquel poema tan estupendo. Demasiado estupendo para ser su primer día allí.
Rachel se percató de su timidez e inmediatamente pasó a otro tema
para no hacerla sentir tan violenta. La chica seguía aún mirando hacia la mesa,
con la mirada perdida. Levantó la vista y observó que aún seguía
mirándola. Arqueó una ceja, interrogante. Mordió bruscamente su labio
inferior, tanto que llegué a pensar que si lo seguía haciendo no tardaría en sangrar.
Mi respiración volvió a alterarse, mientras intentaba sofocar un gemido que
salía de lo más profundo de mi garganta. Sonrió imperiosamente, como un niño
que consigue la chuchería que tanto ansiaba. No pude evitar devolverle la
sonrisa. Yo no era de los que creían en el amor a primera vista, hasta ese día…
Pero ya era demasiado tarde.
Su sonrisa ya había hecho efecto en mí.
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