sábado, 27 de diciembre de 2014

CAPITULO 13

-¿Charlie? –la voz de mi madre sonó desde lo alto de la escalera.- ¿Eres tú, hijo?
-Sí. Tranquila mamá, soy yo –le contesté inmediatamente.
Volví a correr la cortina para que los primeros rayos del alba no penetraran a través de los empañados cristales. Me acerqué a grandes zancadas hasta la escalera, para poder hablar con mamá cara a cara.
-¿Crees que estas son horas? –me reprendió mi madre.
-Se me hizo tarde, es todo –le contesté yo, tajantemente, sin siquiera disculparme. Estaba de muy mal humor por lo que me acababa de contar Kevin y no me apetecía tener una conversación con nadie en ese momento.
Mi madre se quedó boquiabierta ante mi reacción. Yo solía ser un buen hijo y rara vez contestaba a mi madre o le faltaba al respeto, pero me pilló en un muy mal momento y no lo pude evitar. Sin mediar palabra, pase por su lado cabizbajo, subí las escaleras y me encerré en mi habitación. Desde mi habitación escuché los pasos de mi madre en el piso de abajo, un momento después la escuche subir las escaleras y meterse en su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Supuse que querría dormir un rato más, pues aún era temprano y no había amanecido del todo. Me tiré a la cama perezosamente, sin ganas de nada. No había dormido desde hacía bastante y estaba agotado por la noche que había pasado. Demasiadas experiencias juntas. Hacía muchísimo frío, tenía las manos congeladas y entumecidas. Incluso llegaban a dolerme a causa del frío. Pensé en ponerme el pijama y meterme en la cama, pero solo el pensarlo me congelaba al instante, por lo que retiré las sábanas y demás parafernalia de la cama para poder meterme dentro, con la ropa aún puesta. Me acurruqué hecho un ovillo dentro de la cama, tiritando.
Hasta ese momento no me había percatado de ese extraño anillo que poseía mi dedo anular, tan poco familiar. Yo nunca llevaba anillos, ¿qué hacía ese anillo en mi dedo? ¿De dónde habría salido? Conseguí quitármelo con un poco de esfuerzo, pues se ceñía ajustadamente a la forma de mi dedo. Era obvio que me estaba pequeño. Sostuve aquel anillo, bañado en plata, en mis manos y lo cogí con el dedo pulgar e índice para poder mirar la inscripción de dentro. Rake. Guay… Rake me había puesto su anillo y ahora lo tenía yo. Perfecto. Podría habérselo dado el lunes por el campus, pero claro… ella no estaba estudiando. ¿Por qué me pasaba esto a mí? Tendría que devolverle el anillo como fuera, no quería tener ese anillo. Además, probablemente ella estuviera esperando a que se lo devolviera. Era demasiado obvio que ella había puesto el anillo en mi dedo a propósito.  Decidí ocuparme de ese asunto después de echarme una cabezadita, estaba exhausto.
Reposé delicadamente la cabeza en la suave almohada de mi cama. Lo último que vi antes de cerrar los ojos para sumirme en un profundo sueño fue el reloj digital que descansaba sobre mi mesita de noche, indicando en números rojos las 7:16.
Me sobresaltó la melodía de mi teléfono móvil. Abrí lentamente los ojos para volver al mundo real y me incorporé. Me desperecé un poco antes de descolgar el teléfono. Los párpados me pesaban a causa del sueño que seguía teniendo. Miré el reloj digital, que indicaba las 6 de la tarde. Había dormido más de lo que esperaba. Parecía que hubiera estado durmiendo solo un par de horas. El teléfono empezaba a ser pesado, por lo que me senté al borde de la cama y cogí mi móvil entre las manos. Lo sostuve mirando la pantalla con esa cara peculiar que tiene uno recién despierto. Volví a bostezar, esta vez con más fuerza aún. Era un número extraño, por lo que no pude identificar a quien quiera que fuese el que me estaba llamando. Deslicé el dedo por la pantalla táctil para descolgar la llamada, llevé el móvil hasta la altura de mi cabeza y puse el altavoz en mi oreja.
-¿Sí? –contesté.
-¿Charlie? –al otro lado de la línea sonó una voz que me resultaba bastante familiar. Era normal que me sonara familiar, pues con la persona que se encontraba al otro lado había compartido los mejores momentos de mi vida, además de uno de los mejores sentimientos que podían existir, el amor.
Me quedé atónito al escuchar su voz. La sangre se heló en mis venas. Mi corazón empezó a latir más rápido y la voz me falló cuando fui a contestar. Era incapaz de articular palabra alguna. Suspiré.
Recapacité y me alegré de que la voz me hubiera fallado en ese preciso momento. No merecía saber nada sobre mí, me había abandonado sin pensar en mis sentimientos y sin pensar en cómo me dejaría. Además, había tenido cinco meses para llamarme y no lo había hecho. ¿Cómo es que ahora de repente se interesaba por mí? ¿Era ahora cuando me echaba de menos? Yo la había echado de menos bastante tiempo atrás y nadie había estado ahí para calmar mi dolor, especialmente ella. Una llamada o un e-mail habría bastado para hacerme sentir bien y para hacerme saber que todo seguía exactamente igual que si no se hubiera ido. Sin embargo, no tuve esa satisfacción de saber que ella estaba bien, o de saber cómo había ido el vuelo o de simplemente saber si le habían puesto cacahuetes en el avión. Son simples detalles que yo necesitaba saber y ella no me había proporcionado. Por eso y más, ella no era merecedora de mi respuesta en ese momento. No después de tanto tiempo sin saber el uno del otro.
-Charlie… ¿estás ahí? –volvió a preguntar aquella voz femenina tan familiar.
Con lágrimas en los ojos y reteniendo el sollozo que estaba a punto de escapar de mi garganta, le colgué el teléfono, con rabia y lleno de impotencia, al saber que no podía hacer nada al respecto.
Supuse que me volvería a llamar unos minutos después, creyendo que se habría cortado la línea o algo así, pero no fue así. Nunca más recibí una llamada de Lucy Jones.
Después de vestirme y estudiar un poco para los exámenes que próximamente tendría, cogí el teléfono y busqué el número de Kevin. Lo llamé y esperé a que descolgara el móvil.
-¿Qué pasa, Charlie? ¿Ya se te ha pasado el cabreo? –me dijo Kevin al otro lado de la línea, tan bromista como siempre.
-JA-JA. –dije, desganado, fingiendo una falsa risotada.- Que gracioso eres ¿eh? Pues no, no se me ha pasado –le respondí con cierta ironía en el tono de voz. Creo que me pasé de borde pero se lo tenía merecido.- Te llamo para pedirte un favor, si eres tan amable…
-Claro tío, dime.
-¿Tú sabes donde trabaja Rake? Necesito ir a verla –le expliqué.
Lo escuché reírse por lo bajo.
-No te emociones Kevin, es para devolverle una cosa –le dije poniendo los ojos en blanco.
-Vale vale, no te enfades –me contestó aún entre risas.- Voy a preguntarle a Angie que seguro que lo sabe y ahora te mando un Whatsapp, ¿vale?
-Vale, ahora me dices. Hasta luego –colgué el teléfono antes de que pudiera decir cualquier tontería más.
Miré por la ventana y era de noche. Era lo malo que tenía el invierno. Eran aún las seis y media de la tarde y ya estaba anocheciendo. Las farolas ya alumbraban las calles con sus tenues luces bajo un cielo encapotado y lleno de nubarrones. Parecía que iba a llover. Dirigí mi vista al suelo y forzando la vista, pude apreciar el suelo blanco. ¿Había nevado? Sinceramente, no me extrañaba. Aquel frío tan exagerado no era normal.
Bajé las escaleras y me dirigí a la sala de estar, donde se encontraba mi madre viendo la televisión, cobijada por el dulce calor que desprendía la chimenea.
-Buenas –saludé al llegar.
-Hola –me dijo mi madre  con una sonrisa.
Me acerqué a la chimenea para calentarme un poco y me senté al fuego, junto a mi madre.
-Voy a salir ahora después –le anuncié.
-¿Dónde vas con este frío? –me preguntó.
-No, va a ser un momento. Tengo que llevarle esto a una chica que conocí anoche –le dije, sacando el anillo del bolsillo derecho de mis vaqueros.
-Ah vale. Entonces no volverás hoy tarde, ¿no?
-No. Estaré aquí para cenar.
Estuve viendo la tele, mientras esperaba ese Whatsapp de Kevin. Estaban echando una película típica de un sábado por la noche para quedarse en casa a verla. A los quince minutos aproximadamente, mi teléfono me avisó de que tenía un Whatsapp. Era Kevin.
Charlie, he hablando con Angie. Esta es la dirección del bar donde trabaja Rake. ¡Nos vemos el lunes en clase! ;)
A continuación me envió una serie de datos para poder encontrar el bar fácilmente. Subí a mi cuarto a por la chaqueta y un gorro de lana que Lucy me había regalado en una de nuestras navidades pasadas. Bajé las escaleras y fui hacia la puerta principal, sin pasar por la sala de estar.
-¡Me voy mamá! –anuncié en un grito.
No halle respuesta alguna. Quizás mi madre no me había escuchado a causa del elevado volumen de la televisión. Cerré la puerta tras de mí y un frío invernal me invadió y me sacudió todo el cuerpo. ¿Es que acaso ahora vivíamos en el Polo Norte? La verdad es que no me extrañaría haberme encontrado con un pingüino o un esquimal. Fui a dar un paso hacia delante pero las piernas me fallaron. Era incapaz de mover cualquier extremidad de mi cuerpo. No me sentía las piernas y menos aún los dedos. Estaba seguro de que si intentaba mover un dedo, este se partiría como si fuera una figura de porcelana. Al fin conseguí comenzar a andar, dando grandes tiritonas y con las manos en los bolsillos. Había nieve, sí, pero era más alta de lo que yo había supuesto. La nieve me llegaba a la altura de las pantorrillas, con lo que mis pies estaban enterrados bajo la nieve y esto dificultaba aún más mi caminata. Eché a caminar calle arriba en dirección a la parada de autobús. Todos los coches con los que me había encontrado por el camino estaban cubiertos de una gruesa capa de nieva y ello me impedía ver el auténtico color de esos coches, por lo que esa noche, todos los coches eran blancos. Reí para mis adentros y un segundo después me percaté del chiste tan malo que se me acababa de ocurrir. Llevaba la nariz congelada, pues se me había olvidado coger una bufanda. Aunque de todas formas, lo hubiera llevado congelada. No podía hacer más frío, mi cuerpo entero se sacudía a causa de las tiritonas. Mis dientes castañeaban al ritmo de mis pisadas. Estaba seguro de que iba a morir por una hipotermia.
Al fin conseguí llegar a la parada de autobús. Miré hacia atrás y vi el rastro que habían dejado mis pisadas sobre la nieve. Bastaron dos minutos para que el autobús llegara hasta la parada. Lo agradecí mucho, pues las piernas me flaqueaban y no las sentía. Me iba a desplomar en el frío suelo de un momento a otro. El bus frenó y abrió sus puertas para que pudiera subir.
-¿Va para el centro? –pregunté educadamente al conductor, intentando que no me temblara la voz al hablar.
El conductor asintió con un gesto de cabeza. Pasé la tarjeta del autobús por la máquina para pagar y tras recorrer el pasillo, me senté en uno de los que había libres. Saqué mis auriculares del bolsillo y los conecté a mi móvil. Busqué en mi lista de reproducción y al final me decidí por una canción de Coldplay. Dejé que mi mirada se dirigiera inconscientemente al exterior, pudiendo admirar el precioso paisaje que se había en el exterior. La tenue luz de las farolas iluminaban las calles, vestidas de un grueso manto de nieve, bajo un cielo lleno de nubarrones. Un paisaje digno de admiración. No había visto cosa más bella en el mundo.
Para ir al centro, el bus debía de atravesar el paseo marítimo. Desde el bus pude divisar la pequeña cala en la que solíamos quedar Lucy y yo. No pude evitar recordar el día de mi cumpleaños y una lágrima recorrió velozmente mi mejilla. Dejé que ese pensamiento se disolviera en mi cabeza, mientras me limpiaba la cara con la manga de la chaqueta. Este paisaje me dejó aún más patidifuso. Nunca había visto semejante cosa. En todo lo que había estado viviendo en aquella ciudad, jamás había visto la playa de aquella manera. La arena estaba toda cubierta por esa espesa manta de nieve fría y de un blanco perfecto, que hacía contraste con un mar gris enfurecido, acumulado de rabia y de ira, en el cual se podía observar claramente un vaivén de olas que rompían en la orilla frenéticamente y con un gran desenfreno. El autobús giró a la izquierda en la última salida y dejamos la playa atrás. Tras unos aproximados quince minutos llegamos al centro de la ciudad y todos los pasajeros se bajaron, pues era la última parada. Esperé a que todos bajaran, puesto que tenía miedo a que las tiritonas volvieran a empezar. Al final me decidí a levantarme del asiento y salir al exterior. Saqué el móvil del bolsillo de la chaqueta e intenté desbloquearlo, con bastante esfuerzo, pues seguía con los dedos entumecidos. Tras unos cuantos intentos fallidos al fin conseguí desbloquearlo y mirar los datos que Kevin me había enviado. Miré a mi alrededor para situarme y saber dónde me encontraba. Tras un minuto que se me hizo eterno, eché a caminar hacia la derecha. Para mi asombro, la calle estaba atestada de gente, que andaba de un lado para otro con bolsas como indicio de que habían estado de compras. Era como si estuviéramos en víspera de Navidad, pero la navidad ya había pasado. Entre empujones de gente que andaba a toda prisa y la nieve en el suelo, andar por allí no era tarea fácil. Por fin encontré el dichoso bar en el que se supone que trabajaba Rake. Desde fuera se veía un bar muy acogedor, ambientado en una taberna de Irlanda, con tejas de madera y una puerta de madera con cuatro ventanitas dispuestas en forma dos por dos. Entré al bar y un embriagador olor a panecillos recién hechos me inundó. Hacía un calor agradable allí, por lo que tuve que quitarme el gorro de lana. Además, se respiraba un ambiente familiar y hospitalario. Me acerqué a la enorme barra que se encontraba al fondo de aquel bar y pregunté a un empleado por Rake.
-Disculpe, ¿está aquí una camarera llamada Rake?
-Pues en realidad no lo sé –me contestó el camarero.- Solo soy un empleado. Si quiere puede hablar con el encargado.
-Si es tan amable… -contesté yo afirmativamente.
Aquel amable camarero me señaló una puerta que parecía dar a un pequeño despacho. Me acerqué hasta aquella robusta puerta de madera con un tirador dorado en mitad de la muerta. Golpeé suavemente un par de veces, seguido de un:
-¿Se puede?
Una voz grave sonó desde dentro a gritos:
-SI, SI… ¡PASA!
Entré al interior de aquel pequeño despacho, que era aún más pequeño de lo que aparentaba desde fuera. Tomé asiento en una de aquellas sillas que estaban frente al escritorio de madera.
-¿Dígame? –me volvió a hablar aquella voz tan grave y grotesca.
Levanté la vista y pude observar a un señor bajito de metro cincuenta. Tenía un bigote y un tupé en el pelo engominado hacia atrás. Llevaba puesto un traje color mostaza que hacía juego con sus ojos color miel y portaba en su mano derecha un puro. Este señor me examinó con la mirada al no recibir respuesta por mi parte. No quería que me tratara de tonto, por lo que me apresuré en contestar.
-Pe… perdone. Busco a una chica que trabaja de camarera aquí. Se llama Rake.
Este señor tan desagradable me miró y, tras un interminable minuto, sonrió. ¿Se podía saber de qué se estaba riendo? Me estaba poniendo de los nervios
-Lo siento mucho chaval, pero esa chica de la que hablas tiene hoy su día de descanso.
Oh, porras. ¿Qué iba a hacer ahora? Me había pateado media ciudad en busca de Rake y todo el viaje había sido en vano. Se me ocurrió una idea.
-Perdone, ¿podría usted ser tan amable de darme su dirección? –le dije al señor bajito.
Me puso cara de pocos amigos a la vez que frunció el ceño. Pegó una calada al puro y exhaló en mi dirección, con intención de que el humo me diera en la cara. Lo consiguió. Ese señor estaba empezando a ponerme histérico de verdad. No me levanté a meterle un puñetazo por respeto.
-Pues no, don señoritingo, no puedo darte la estúpida dirección de esa niña. ¿Te crees que soy Google?
Arqueé una ceja, incrédulo ante lo que estaba oyendo. Me estaba vacilando notablemente.
-Muchacho, vete a darle la tabarra a otro que yo tengo cosas mejores que hacer en vez de estar perdiendo el tiempo en un mocoso.
Me levanté indignado y aparté la silla furiosamente. Creo recordar escucharla caer al suelo, pero no pude verlo, puesto que no volví la vista atrás antes de pegar el mayor portazo de mi vida. Salí disparado de aquel bar hacia la calle. Saqué el teléfono de mi bolsillo, esta vez con más agilidad pues tenía las manos calentitas, y sin más preámbulos llamé a Angie. Al poco tiempo Angie descolgó:
-Dime Charlie
-Hola Angie, ¿podrías darme la dirección de Rake? Tengo que ir a su casa.
Tuve que coger otro autobús más, puesto que Rake vivía alejada del centro, al igual que yo. Tras unos veinte minutos de viaje y otros veinte minutos de caminata, al fin conseguí dar con el piso de Rake. No tenía ni idea de si viviría sola, con sus padres o rodeada de gatos. Mi objetivo en ese momento era devolverle aquel anillo y no iba a parar hasta conseguirlo. Vivía en un edificio de 5 plantas. Angie me había dicho que vivía en la tercera. Subí y llamé al timbre con el anillo en la mano. Desde fuera se oyó las pisadas de alguien aproximándose hacia la puerta para pararse un momento antes de abrir.
-Hola Rake, yo…
No me dio tiempo a terminar la frase. En realidad… yo diría que no me dio tiempo a empezarla. Al verme se puso a chillar como una loca y se abalanzó sobre mí para recibirme con un beso. Tenía ambas piernas enroscadas en mi cintura y me rodeaba el cuello con sus manos.
Si hubiera sido otro hubiera entrado en su casa con ella en brazos, sin importarme si viviera con sus padres o sola, o incluso rodeada de gatos. Hubiera entrado con ella en brazos comiéndomela a besos con el fuego de la pasión en mi interior. La hubiera llevado a su cama y la hubiera tirado allí para darle su último polvo de despedida. Es más… tal vez no hubiera hecho falta entrar. Tal vez podríamos haberlo hecho allí mismo, en las escaleras. Tendríamos ese morbo de adolescentes de ser pillados por alguien.
Si hubiera sido otro probablemente hubiera podido hacer todo aquello, y ella se hubiera dejado. Si hubiera sido otro, pero no… era yo. Era Charlie. Así que le planté cara y la bajé al suelo en ese mismo instante.
-No –dije retirándome de sus labios.
-¿No qué? –me dijo ella con cara de asombro.
-No Rake, esto no está bien. Yo no te quiero –se me partió el alma al decirle eso pero la realidad duele. La vida es cruel y debía aprender a aceptarlo.- Sólo me acosté contigo anoche porque estaba borracho y Kevin lo había planeado así. No pretendo hacerte daño con esto que te digo pero lo mejor es que dejes de hacer esas cosas.
Rake se quedó perpleja y clavada en el suelo, incapaz de cambiar de posición.
-Vengo a traerte esto.

Extendí la mano y le di su anillo. Me di la vuelta y la deje allí, en el portal, mientras las lágrimas caían por su rostro, arrasando a su paso con el maquillaje de sus ojos.

2 comentarios:

  1. 😭😭😭😭😭😭😭 te odiooooooo! mira que Rake no me gustaba.. pero eso ha sido inhumano!!!! dislike a esa parte😒 a todo lo demás: BIEEENNNNN😍🔝🔝🔝 loveu😘

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    Respuestas
    1. Tenía que desaparecer muahahahahahaha
      No te hagas la sorprendida, eres tan mala como yo o incluso más. And you know what I mean jajajaja

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