sábado, 20 de septiembre de 2014

CAPITULO 8

Conducía camino a casa. Mi corazón acelerado daba repetidos golpeteos en mi pecho. Había perdido a la mujer de mi vida. Aquello iba a ser un total y tremendo infierno sin ella, sumido en la soledad más infinita que podía existir. Todo me daba igual. No me importaba otra cosa que no fuera ella. La lluvia me impedía ver, por lo que tuve que pasar los limpiaparabrisas. No me refiero a la lluvia real, sino a la lluvia en mi corazón, que se manifestaba en forma de lágrimas que se agolpaban en el borde de mis párpados, acumulándose en las pestañas. Me impedían ver con claridad la carretera, por lo que tenía que pestañear de vez en cuando para que brotaran hacia abajo. Pero al instante, otras nuevas sustituían a las que se habían ido. No podía hacer que aquello parase. Lo intentaba, pero mi pena era tan grande que lloraba inconscientemente. Llegué a casa y metí el coche en el garaje. Las llaves de mamá no estaban sobre la mesita del recibidor, por lo que intuí que fue a hacer la compra o algo. Llegué a mi habitación a toda prisa y cerré la puerta lentamente. Me di la vuelta y me apoyé en la puerta, inclinando la cabeza hacia atrás. Me deslicé hacia el suelo y me senté en el parqué. Recogí las piernas con los brazos, abrazándome, apegándomelas al cuerpo y cogiendo una posición fetal en el suelo. Hundí la cabeza en mis rodillas. Me desmoroné y comencé a llorar como si no hubiera un mañana. No podía estar más triste en aquel momento. Las lágrimas no cesaban. Grité con todas mis fuerzas. Puñetazo a la puerta. Por suerte no me la cargué. No iba a poder aguantar aquello. Me dolía la cabeza de tanto llorar y tenía los ojos irritados, las lágrimas no cesaban.
Aquella historia de amor había llegado a su fin. Probablemente, para cuando Lucy volviera, ya me habría olvidado o simplemente, se habría enamorado de otro. Tal vez me querría como a un amigo más. Sólo confiaba en que no olvidara todo lo que habíamos vivido juntos y lo feliz que me había hecho durante ese tiempo. Gracias a ella yo había salido adelante. Pero ahora, me hundía en los amargos recuerdos y en la más profunda tristeza.
Me levanté del suelo lentamente, tambaleándome al levantarme. Busqué a tientas el escritorio, pues las lágrimas me impedían ver, otra vez. Conseguí encontrarlo, me senté y comencé a escribir en mi cuaderno. Líneas y líneas de versos, que nunca acababan. Rompí la punta de la pluma de la gran impotencia que sentía. Derramó su tinta sobre el papel, manchándolo todo. Las lágrimas que brotaban de mis ojos caían en el cuaderno, por lo que se mezclaron con las líneas, dejando manchas mojadas. La tinta se corroía. Lo estaba dejando todo hecho un desastre, pero poco me importaba. Ya lo pasaría a limpio en cualquier otro momento. Arranqué la página en la que se encontraba la gran mancha de tinta, donde mis lágrimas se diluían y formaban un mar de lágrimas y tinta. Arrojé la página con rabia a la papelera. Seguí escribiendo pero tanto esfuerzo fue en vano, ya que las lágrimas seguían cayendo y lo estaba empapando todo. Y es que, cuando un escritor es lastimado, derrama sus lágrimas en tinta.
Intenté controlar mi llanto y tras muchos intentos y un gran autocontrol, lo conseguí. Dejé el cuaderno de poemas aparte y saqué un folio de un color similar al de un papiro, con un tono amarillento. Lo único que podía hacer era plasmar aquella tristeza en el papel. Era la mejor manera de desahogarme. Escribí una especie de carta para Lucy, que nunca la recibiría. En la carta no le escribía nada que no supiera ya. Le escribía contándole cuánto la amaba y que ella era la razón de mi ser, la razón de mi existencia, por lo que yo seguía aquí. Pero todo había acabado. Me salió con una cierta rima y un tono de musicalidad, sería que lo de la poesía lo llevaba en la sangre. Pero intenté adaptarla a un lenguaje que ella entendiera.

El silencio, compañero de la noche, que solo lo interrumpen los suspiros de recuerdos que a duras penas emite mi alma, mientras agoniza tu ausencia, y se pregunta ¿Porque no estás aquí? ¿Por qué no vuelves?
Mientras tanto te pienso, bonita, dulce y alegre; de piel aterciopelada, impregnada por ese sutil aroma que se obtiene en los campos de amapolas.
Será que tanto te extraño, que pienso en aquel día que te vi y que se paralizaron mis sentidos al ver tu silueta, ese sentimiento que me envolvía e invadía solo al verte, un fuerte palpitar dentro de mí, capaz de mover montañas y de hacer cosas imposibles e inimaginables.
Desde que te alejaste solo me consuela la luna, que alumbra mi rostro humedecido, por las lágrimas que llevan tú nombre. A la cual pregunto por ti y el por qué de no merecerme tu amor; pero ni ella ni nadie me da la respuesta… ¿Qué habré hecho mal? ¿A caso seré merecedor de esta gran pena?
Será que no oyes mi llanto, será que no ves mi anhelo. Tal vez mi amor nunca te convenció, tal vez nunca merecí amarte; quisiera cerrar el libro del recuerdo, dejando paso al presente, encontrando el amor verdadero igual al que tú pudisteis darme.

Nunca me atrevería a mandar aquella carta. No mientras Lucy estuviera en Inglaterra, no quería que volviera por mí. Conociéndola como la conocía, sería capaz. No quería arruinarle su futuro. Así que cogí una carpeta vacía y guardé la carta, junto con el cuaderno de poemas. Encendí el equipo de música y me tumbé en la cama, boca abajo, para que los cojines y la almohada pudieran ahogar mi llanto. Más me acordaba de ella, más lloraba. La cabeza me iba a reventar. Dejé que mi mente volara a otra dimensión, mientras la música me envolvía completamente.
 Cuando quise darme cuenta, me había transportado a mis sueños. Me había quedado dormido. ¿Era posible llorar también en los sueños? Porque yo lo estaba haciendo, todo parecía tan real. En mi sueño, Lucy había vuelto. Estábamos en una especie de parque y me estaba contando todo lo que había hecho por Inglaterra. Los dos reíamos, felices. No sabía si lloraba de tristeza o de felicidad. De la nada, apareció un chico con un físico atractivo, del que cualquier chica adolescente se enamoraría. Era alto y tenía el pelo enmarañado, con los mechones rubios cayéndole por la frente. Se acercó hacia el lugar donde nos hallábamos, se sentó en el banco y abrazó por la cintura a Lucy, mientras le daba un tierno beso en la mejilla. Cualquiera diría que era un amigo, un amigo muy íntimo. O incluso su hermano. Pero su comportamiento no era el más habitual siendo un amigo, pues Lucy se giró y los dos se besaron en los labios. Me quedé anonadado ante la escena que estaba presenciando. Lucy me presentó a su nuevo novio inglés.
De pronto todo se volvió negro, con putitos de colores bailando y danzando en la oscuridad, y abrí los ojos. Desperté en mi cama, debía de ser de madrugada. Las 4 o así. Miré mi móvil, las 4 y 25 de la mañana. Me había quedado dormido por la tarde, por lo que había estado mucho tiempo durmiendo. Realmente, me parecieron minutos. Estaba sudando, a pesar de tener frío. Mi cara de espanto era una clara representación del sueño que acababa de tener. Por el pequeño hueco entreabierto de la ventana, entraba un aire gélido, que hacía tintinear las campanitas de mi atrapasueños. Olía a tierra mojada. Me encantaba ese olor. Intuía que fuera estaba lloviendo. Me levanté de la cama para comprobar si estaba en lo cierto. Abrí la ventana del todo, disfrutando de aquella fragancia. Amaba ese tiempo, el breve período entre el fin del verano y el comienzo del otoño. Un tiempo que estaba loco, al igual que yo. ¿Había acertado en mi suposición? Sí y no. Supuse que estaba lloviendo por el frío aire que corría de vez en cuando y por el olor a tierra mojada, pero no era exactamente así. No estaba lloviendo en aquel momento, si no que había llovido mientras yo dormía. Y, por lo que parecía, hacía ya un buen rato que había parado. El asfalto de la calle estaba ligeramente humedecido, señal inequívoca de que había parado de llover hacía mucho rato.

Repentinamente, me acordé de aquellos días lluviosos junto a Lucy, sin importarnos que la lluvia cayera sobre nosotros. Haciendo el tonto por la calle y sin parar de reír. Otra lágrima cayó y se mezcló con las demás gotitas acumuladas en el alféizar de la ventana. Aquella fue la primera noche, después de su partida, que soñé con Lucy Jones. Mi Lucy.

2 comentarios:

  1. Hola!
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    Muchísimas gracias de antemano!! :D

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