viernes, 26 de septiembre de 2014

CAPITULO 9

Me sobresaltó la alarma de mi teléfono móvil. Me desperté restregándome los ojos y bostezando. Tenía mucho sueño. Desperté empapado en sudor, otra pesadilla. Mejor dicho, la misma pesadilla de siempre. Para variar había vuelto a soñar con Lucy. En mi sueño, todo iba bien hasta que el sueño se convertía en una desagradable pesadilla, hasta que ella me presentaba a su nuevo novio inglés. Algunas veces, la pesadilla se alargaba y sentía tal dolor que me sentía justo al borde de la muerte, pero casi siempre terminaba en el mismo sitio. Me despertaba de madrugada y ya no pegaba ojo en toda la noche. En esto se resumían los últimos meses de mi vida, desde la marcha de Lucy. Mi vida no tenía sentido sin ella. Incluso había pensado en el suicidio, pero al instante me parecía una idea estúpida e inmadura. Pero no podía evitar pensar en ello. Me odiaba a mí mismo por llegar a pensar en una solución como esa, pero aún así… seguía haciéndolo. Nada importaba tanto para mí como esa chica. Y si mi vida iba a ser sin ella… ¿qué sentido tenía seguir allí?
Tantas promesas e ideas de futuro, tantas ilusiones, tanto tiempo invertido para acabar siendo unos completos desconocidos, porque así era como acabaríamos. Desde su partida no habíamos vuelto a saber nada el uno del otro. No manteníamos contacto ninguno. Y en realidad, no sabía por qué. Yo quería escribirle. De hecho, lo hacía. Le escribía cartas, pero las almacenaba en el fondo del cajón sin valor a enviárselas. Quizá ella me estuviera echando de menos tanto como yo, o incluso más. O por otro lado, quizá estaba más agusto sin mí y ya se había hecho a la idea de no tenerme a su lado. Pero yo eso no lo sabía. Probablemente, para cuando ella volviera, ya no sería igual. Todo habría cambiado, nosotros habríamos cambiado. Ya simplemente seríamos amigos, o ni eso. Simplemente, unos desconocidos. Aún así, los recuerdos quedaban en la memoria. Persiguiéndome como un lobo que va a la caza de alguna perdiz. Los recuerdos me perseguían, y por desgracia, me encontraban. Y acto seguido me sumía en la absoluta tristeza de mi corazón. Todo aquello se derrumbaba por momentos, o mejor dicho… me derrumbaba. Por el momento, me había impuesto un reto. Debía olvidar a esa chica como fuera, por mucho que me costase. Que fuese difícil no significaba que fuese imposible, y que fuese imposible no significaba que no fuese a intentarlo. Esperaba poder conseguirlo algún día. Me costaría mucho. Aún no lo había conseguido. Pero lo haría, podía hacerlo. Sabía que podía. Creí ciegamente en mí, sin saber a ciencia cierta si podría, pero puse muchas esperanzas en ello. Sólo debía mantenerme fuerte, sin derrumbarme, y creer en mí mismo. Intentaba mantenerme fuerte, que nadie notara como realmente estaba o cuánto me llegaba a joder todo aquello. Pero sólo era una tapadera. Pronto todo cambiaría…
Me levanté de la cama y me hice el desayuno. Mamá no estaba en casa, supuse que ya se había marchado a trabajar. Me atrajo el tentador deseo de quedarme en casa aquel día. No me apetecía para nada ir a la universidad. Pero era una tentación en la que no podía caer, no podía permitirme el lujo de faltar mucho a clase. Desayuné mientras miraba por la ventana, pensando en la nada. Mi mente voló hacia el exterior y mis ojos se dirigieron a un árbol que allí había, a la gente que pasaba por la calle, los coches… El tiempo pasaba y no me di ni cuenta. Me vestí rápidamente, cogí mis cosas y me apresuré hasta la universidad. Suerte que vivía cerca.
A la altura de las verjas exteriores de la universidad, que estaban abiertas, me encontré con Kate y atravesamos juntos los jardines mientras charlábamos.
-Buenos días. ¿Qué tal estás, Charlie? –me preguntó Kate con una alegre sonrisa en la cara.
-¡Hola! –la saludé devolviéndole la sonrisa.- Mejor, supongo…
Kate se quedó callada. Supuse que no esperaba esa respuesta. Hubo un silencio incómodo. En esos últimos meses, Kate y yo habíamos llegado a ser muy buenos amigos y me estaba ayudando con todo lo de Lucy y tal. Habíamos quedado un par de tardes para distraernos o para estudiar.
-¿Cómo que supones? –me preguntó, reprendiéndome con la mirada.
Kate era amiga de Lucy. Bueno, más bien eran conocidas. Pero aún así yo le importaba y no quería verme mal por una tía, era normal. Todos mis amigos me decían lo mismo.
-Charlie, pero mírate. Nadie merece hacer que estés así. Olvídala y empieza de cero. –intentaba animarme Kate.- Hay millones de chicas guapas por el campus, pasa página.
¿De verdad pensaban que podía hacer eso? Me sentía vacío cuando no sabía de ella. Notaba como si me faltase algo, como si la necesitara a mi lado para estar completo. No era capaz de hacer algo así. Y es que, aunque me hiciese daño… yo la quería a mi lado.
-Ya, bueno… -me limité a contestar dándole la razón, con una falsa sonrisa.
-¿Vas para clase de Economía? –me preguntó Kate para cambiar de tema. Se lo agradecí en mi fuero interno, no me agradaba hablar de Lucy. No me sentía agusto.
-Sí. ¡Vamos! –le respondí.- Pero debemos darnos prisa, la clase va a empezar en un momento –le anuncié sacando el móvil del bolsillo derecho de mis vaqueros para mirar la hora.
Nos apresuramos hacia el edificio principal, donde se encontraba recepción. Era un edifico moderno con grandes ventanales y plantas artificiales colgadas de las paredes. Estaba pintado en rojo por fuera y la recepción era de un color crema muy acogedor. Entramos por la puerta y saludamos a unos cuantos profesores que se encontraban por allí. Subimos hasta la segunda planta mientras hablábamos sobre todo un poco.
-¿Qué pasó al final con lo de Eric? –le pregunté con tacto, intentando no hacerla sentirse incómoda con esa pregunta.
-Tengo cita con el médico la próxima semana, iré con mi madre… tengo un atraso –me contestó ella.
-O sea, que probablemente estés… -no terminé la frase. Ella lo hizo por mí.
-Embarazada, sí –respondió con una cara amarga.
-No te preocupes, Kate. Si necesitas lo que sea ya sabes dónde estoy. Tienes todo mi apoyo –le dije empáticamente.
-Gracias –me dijo sonriéndome, con un brillo en los ojos.
Entramos en clase de Economía y nos sentamos en nuestros respectivos sitios. Kate estaba en segunda fila y yo estaba casi atrás del todo, en la penúltima fila. Saludé a los que allí se encontraban. Me miraron con indiferencia y se pusieron a cuchichear. Todo el mundo hablaba sobre mí. Si no era por una cosa, era por otra, pero al parecer siempre era el centro de atención, y odiaba eso. No hablaban de otra cosa desde la marcha de Lucy y seguro que me pondrían verde. Oía comentarios sobre mí afectivos y algunos otros se burlaban y gozaban con el sufrimiento de los demás. Esa gente tan hipócrita era a la que tanto odiaba.
-Pobre chico –oía decir a algunos por los pasillos.
No pretendía dar lástima a nadie. Y para fingir que lo llevaba bien, me seguía comportando como en el curso anterior. No quería que los demás se dieran cuenta de que lo estaba pasando mal. No quería que me vieran así de hundido por una tía. Sólo mis mejores amigos sabían bien por lo que estaba pasando. Intentaba sonreír a todo el mundo y contestar amablemente, excepto cuando se pasaban de la raya. Fue el caso de aquel día. Terminó la clase de Economía, había estado toda la hora atento y tomando apuntes. Quería aprobar y salir bien en las notas aquel curso. Cuando el timbre sonó, recogí mis cosas y me acerqué a Kate. Me dijo que tenía clase en el edificio antiguo.
-Vale, nos vemos luego –le dije yo.- Yo ahora no tengo clase, así que iré a la cafetería a pillar algo de comida, estoy hambriento.
-Vale, ¡hasta luego! –dijo Kate saliendo por la puerta.
Bajé las escaleras hasta la planta baja y fui dirección a la cafetería. Al entrar por la puerta pude ver que casi todas las mesas estaban vacías. Vi a un grupo de chicos sentados en una mesa charlando y riendo. Al pasar me miraron con cara de desprecio y se pusieron a cuchichear entre ellos. Seguramente me estarían criticando, era de esperar. Eran unas cuantas chicas del equipo de animadoras y la jefa de animadoras, con unos cuantos jugadores de basket. Se lo tenían muy creído y se creían los reyes del campus. Pobres insensatos e ignorantes.
-Gilipollas… -susurré por lo bajo mientras dejaba atrás la mesa en la que ellos se encontraban.
Un chico moreno y alto, se giró para mirarme y me replicó. Supuse que era el capitán del equipo de basket, pues era el más popular de aquel pequeño grupo. Tendría un año menos que yo y vestía una cazadora universitaria roja con una A blanca bordada en el pecho.
-¿Qué has dicho? –me gritó.
Los presentes allí, que eran pocos, se giraron en la dirección del chico para ver qué pasaba. Me paré en seco y me giré para poder mirarlo a la cara.
-He dicho que sois unos gilipollas –le repetí con voz tajante, sin cortarme un pelo. No iba a intimidarme aquel tipejo. Podría ser muy guay para sus amigos, pero a mí no me importaba lo más mínimo.
-¿Pero tú que te has creído? –dijo acercándose hacia mí.
-No, la pregunta es… ¿qué os habéis creído vosotros? –lo reté.- Os creéis que podéis ir criticando a la gente y que sois los reyes de aquí, y eso no es así. Estáis muy equivocados.
-Mira, tronco… paso de ti –me dijo haciéndose el guay.- No te creas que a mí me la vas a colar por que no. Podrás engañar a todo el mundo menos a mí. Porque esa niñata te haya dejado aquí tirado, más sólo que la una, no significa que debas pagarla con los demás. Asúmelo, no te quiere.
-Cállate… -dije en un susurro, respirando hondo, para mantener el control.- No tienes derecho a hablar sobre ella. Tú no sabes nada.
-Claro, es eso. Sabes que llevo razón y es eso lo que te jode. La guarra esa te ha dejado por que se ha cansado de ti y seguramente ahora se esté tirando a otro –rió a carcajadas mientras a mí me invadía un sentimiento de rabia.- ¿Pensabas que la princesita te iba a jurar amor eterno? Pobre Charlie.
-¡Que te calles! –proferí un grito, que probablemente hasta Lucy desde Inglaterra me hubiera escuchado.
Me puse tan rojo que la piel me ardía. Mis fosas nasales se dilataron. Las venas del cuello se me marcaban. Notaba como mis pulsaciones se disparaban. Estaba muy furioso. Corrí hacia él, recortando la poca distancia que nos separaba. Me puse frente a él y le grité a la cara.
-¡Cállate ya!
-Huy, que miedo me das –dijo vacilándome. Acto seguido me apartó de un empujón y me tiró al suelo.
Me levanté aún más furioso. La ira recorría cada pequeño rincón de mi cuerpo. La primera me la dio porque no la había visto venir, pero no iba a tener oportunidad para darme una segunda. Me acerqué hacia él con los puños cerrados. Levanté la mano derecha y le propiné un puñetazo en el pómulo con todas mis fuerzas. Algo hizo crack, no sé si fue mi muñeca o su cara. El caso es que no me importó. Quizá fuese mi mano, puesto que notaba una cierta quemazón alrededor de mi muñeca que se fue transformando en dolor. ¿Me habría fracturado el hueso? En aquel momento me daba igual. Aproveché que el chico se había quedado medio inconsciente y desorientado para tumbarlo en el suelo. Me monté encima de él. Empecé a atizarle con un puño, luego el otro, luego el otro. La sangré brotó de su labio pero no cesé. Suerte que había gente allí y nos separaron, de otro modo probablemente lo hubiera matado allí mismo.
Al chico lo llevaron inmediatamente a enfermería. Yo tuve que irme a casa por el impresionante dolor de muñeca que tenía y me salté las demás clases. Como ya tenía los 18 no hacía falta ir con mi madre al médico, por lo que decidí ir yo mismo. Cogí mi nuevo coche, aparcado en el garaje. El garaje era lo suficientemente grande como para que cupieran dos coches, el de mamá y el mío. Era un mercedes rojo que había comprado hacía aproximadamente un mes. Conduje con precaución, pues intentaba no mover mucho mi mano derecha, y tuve que apañármelas con la izquierda. Llegué al hospital y entré. La sala de espera estaba abarrotada de gente, sobre todo de gente mayor. Me senté en los bancos que allí había y me tocó esperar. Para mi sorpresa, en la sala se encontraba la señora Dauston, la madre de Lucy. Tuve que parar a saludarla, por educación.
-Hola, Sra. Dauston –la saludé cordialmente.
-¡Hola Charlie! ¿Cómo tu por aquí? –me preguntó.
Me miré la muñeca derecha, hinchada. Tanto era el dolor que no me la sentía, la tenía entumecida. No quería dar mala imagen a la madre mi ex novia, por lo que mentí. Ella me tenía por un chico responsable y muy educado.
-No, nada. Me he dado un golpe fuerte en la mano con… -intenté buscar una excusa rápida.- Conmigo.
-¿Contigo? –preguntó extrañada. Pensé que no terminaba de creerse mi excusa.
-Exacto. Mi madre había fregado la casa y resbalé. Quise apoyar la mano sobre el suelo para no caerme y eché todo el peso de mi cuerpo en la mano. Creo que me la he fracturado.
La señora Dauston dudó un momento, pero al parecer se tragó mi mentira. No quería que pensara que era un delincuente que andaba metido en peleas.
-¿Y usted? –le pregunté rápidamente, sin darle tiempo para pensar otra pregunta. No quería que me descubriera.
-Pues he venido a recoger unas pruebas de un análisis de sangre –me explicó.- Dani se puso enfermo y le mandaron la analítica.
Dani era el hermano menor de Lucy, aún iba al instituto. Tendría catorce o quince años.
Me tocaba el siguiente para entrar en la consulta así que me excusé y entré. Me encontré con el mismo doctor que me había llevado cuando tuve el accidente con Eric.
-¿Tú por aquí otra vez? –me dijo en tono chistoso.
-Hola doctor Brown –le dije mientras tomaba asiento.
Le expliqué todo lo que había pasado y me mandó a hacerme una radiografía. Efectivamente, tenía una pequeña fractura en la muñeca. El Dr. Brown tuvo que escayolarme la mano y ponerme un cabestrillo. Aquello tardaría un tiempo en curarse. Tras despedirme de la Sra. Dauston, abandoné el hospital en dirección al parking. Me monté en el coche y conduje camino a casa. Ahora debía enfrentarme a mi madre…

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