Me desperté. Miércoles, 10:30 de la mañana. Por suerte era
verano y no tenía clases en la universidad. Ya habíamos acabado los exámenes
finales y habían empezado las vacaciones. Sorprendentemente, salí mejor de lo
que esperaba en las notas. Ahora que no tenía que estudiar, aprovecharía el
verano para pasarlo con mis amigos y con Lucy. Además, ahora tendría más tiempo
libre, por lo que podría escribir poemas e ir más frecuentemente al gimnasio.
Kevin había montado otra fiesta esa misma noche, por motivo del fin de las
clases y para celebrar el gran verano que nos esperaba. Decidí pasar. Aún me
estaba recuperando de la anterior fiesta de hacía 2 semanas. Esa misma tarde
había quedado con Eric para echar unas partidas en la videoconsola. Cuando
hablé con él y se lo propuse noté un cierto tono de asombro a través del
teléfono.
-¿Qué? ¿Qué pasa? –le pregunté yo.
-No, nada –contestó, no muy convencido.
Yo la capté al vuelo.
-Eric, porque me guste la poesía no significa que no me
puedan gustar otras cosas –reí mientras le explicaba.- Me gusta jugar a la
videoconsola como a cualquier otro chico de mi edad.
-Vale, vale –rió ahora más convencido.
-Ok. Pues… ¿a las 7 o así te viene bien? Quedamos en mi
casa.
-¡Claro! –contestó alegremente.
Tras levantarme de la cama, me vestí y bajé a la cocina. Mi
madre había hecho tortitas para desayunar. ¡Me encantaban!
-¡Buenos días! –la saludé alegremente.
-Buenos días, hijo –me saludó ella con la misma alegría.-
¿Cómo van las heridas?
-Ya van mejor –dije observándome a mí mismo.- Van
cicatrizando. Ya casi ni me duelen.
-Me alegro –mi madre me dirigió una sonrisa.
Me sirvió un plato de tortitas con un café.
-¿4 cucharadas de azúcar? –le pregunté, poniéndola a prueba.
-Ni más ni menos –contestó rápidamente mi madre.
Me conocía demasiado bien, así que no dudó un segundo en
contestar. Me gustaba el café con leche bien dulce. Le pegué un pequeño sorbo
pero aún ardía, por lo que introduje la cuchara en la taza y comencé a darle
vueltas, a ver si así se enfriaba más rápido. En efecto, pasados cinco minutos
cogió una temperatura normal. Me lo bebí pero aún así me abrasé un poco la
lengua. Ingerí las tortitas casi sin masticarlas.
-Oye mamá –le dije.- Esta tarde he quedado con Eric, aquí en
casa.
A mi madre no le hacía mucha gracia Eric. Desde lo del
accidente no quería que me juntase con él.
-Hijo, sabes que no quiero que te juntes con ese muchacho.
-Mamá, estaré bien. No pasa nada. Aquello sólo fue un error
que no volverá a pasar –me quejé poniendo los ojos en blanco.
-Está bien –dijo mi madre dando su brazo a torcer.- Yo esta
tarde he quedado con unas amigas para dar una vuelta y tomar algo por ahí, pero
volveré pronto.
-Guay –le dije yo exagerando mi sonrisa.
Esa mañana me apetecía ir al gimnasio, por lo que pillé un
autobús para ir hasta allí. Me encontré con que el gimnasio estaba cerrado por
vacaciones. Aproveché la ocasión para acercarme a casa de mi novia, que vivía
cerca de allí. Iba a darle una visita sorpresa. Pero la sorpresa me la llevé yo.
Llamé al timbre de su casa y salió su madre, tan agradable como siempre.
-¡Hola Charlie! ¿Cómo tú por aquí? –dijo dedicándome una
gran sonrisa.
-Buenos días, Sra. Dauston. –contesté con educación.- Vine
para visitar a Lucy y darle una sorpresa.
-Oh, Lucy no se encuentra ahora mismo aquí –me anunció.
Me llevé una gran decepción.
-¿Sabe dónde podría encontrarla?
-Me dijo que fue a la universidad.
¿A la universidad? ¿En verano? ¿Acaso estaba loca?
-Muchas gracias. ¡Que pase un buen día, Sra. Dauston!
Anduve hasta la parada de bus más cercana y esperé. Cogí el
bus hacia la universidad y cuando me bajé, me dirigí rápidamente hasta la
puerta principal, atravesando los jardines rápidamente. Al entrar a la
recepción vi a Lucy sentada en un banco. Al verla, me alegré y le dediqué una
sonrisa. Sin embargo, ella me miró con cara de pena. Me acerqué y me senté
junto a ella, en el banco.
-Buenos días –le di un beso en los labios.
-Hola –dijo quedamente.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté intrigado.
-Pues… verás. Tengo que hablar contigo.
-Claro, dime.
-Me ha salido una oportunidad para terminar mis estudios de
idiomas en una universidad de Inglaterra y he venido a informarme de las
posibles becas, para poder costearme los gastos y tal.
El mundo se me vino encima. ¿Lucy estaba hablando en serio?
¿Se iba a marchar? Primero mi hermana, luego mi padre, ahora mi novia… ¿Qué iba
a ser los siguiente? Me dio un vuelco el corazón y tuve la sensación de que se
me había parado. Me quedé parado observando a Lucy, incapaz de articular
palabra alguna. Al fin, tras varios intentos de tartamudeos y grandes
esfuerzos, conseguí hablar.
-¿Y qué vas a hacer?
-Pues si te digo la verdad, no lo sé. Es una oportunidad que
no puedo rechazar, ya que me vendría muy bien para un futuro currículum. Pero
no quiero dejar aquí a mi familia y amigos. No quiero dejarte –respondió
mientras de sus ojos comenzaban a brotar lágrimas.- Aún me quedan dos años para
terminar los estudios, y eso es mucho tiempo sin vernos.
-No quiero ser un impedimento para que cumplas tu sueño –le
dije mientras le secaba las lágrimas de las mejillas.- Si hace falta… me iré
contigo.
-No digas tonterías anda. Tu sitio está aquí, con tus
amigos, la universidad, el club de poesía, tu madre…
Reflexioné sobre lo que me acababa de decir y lo peor de
todo es que llevaba razón. No podía dejar a mi madre sola, nunca me lo
perdonaría. Yo era lo único que le quedaba. Me quedé callado mientras me sumía
en un mar de reflexiones y pensamientos. Lucy me observaba.
-No tengo por qué decidirlo ahora, tengo hasta comienzos de
curso y aún queda mucho verano por delante –me dijo.- Ya lo iré pensando.
A Lucy la llamaron de recepción, supongo que para seguir
hablándole de la beca. Cuando terminó de informarse, abandonamos la universidad
juntos. Ella cogió un bus hacia su casa y yo me dirigí a la mía. Aún seguía
dándole vueltas en la cabeza a la idea de no estar junto a ella. No podía
soportar el siquiera imaginarlo. Las lágrimas brotaron de mis ojos. Entré en
casa y di un portazo tras de mí.
-He llegado –anuncié con voz ahogada.
Subí inmediatamente las escaleras hacia mi cuarto, sin pasar
a saludar a mamá. Me tumbé boca abajo en mi cama, ahogando mis lágrimas y mis
sollozos con la almohada. Me levanté después de un rato. Tenía que ser fuerte.
Al fin y al cabo, Lucy aún no se había marchado. Estaba aquí. Y aún no había
decidido nada. Me propuse hacerla pasar el mejor verano de su vida, con la
intención de hacerla cambiar de idea y no abandonar la ciudad. No abandonarme a
mí. Me dirigí al equipo de música y le di al play. Al instante, pude escuchar
la música de Yiruma que tanto me reconfortaba. Me senté en el escritorio, junto
a la tenue luz del flexo, y comencé a escribir como un loco. Tachones,
escribiendo, escribiendo, más tachones. No podía concentrarme lo suficiente,
con la idea de la marcha de Lucy rondándome por la cabeza. Tuve que dejar de
escribir. Sin darme cuenta, me fui durmiendo poco a poco sentado en la silla
del escritorio, hasta que al final me quedé sopa sobre el cuaderno de poesía.
Esa era la única solución. Reír para no llorar, dormir para no pensar…
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