domingo, 14 de septiembre de 2014

CAPITULO 5

Abandonamos la explanada frente al chalet de Kevin, donde hacía un segundo se encontraban multitud de coches aparcados. Deshicimos el camino que habíamos recorrido la noche anterior para llegar al chalet.
-¡¿Qué?! ¿Que has hecho qué? –exclamé sin creérmelo, con los ojos desorbitados. Mi voz sonó más fuerte de lo que yo pretendía.
-Si tío –admitió cabizbajo Eric, con la culpa y la enorme preocupación reflejada en la cara.-No se qué pasó. Los dos estábamos muy excitados y teníamos ganas, así que no le dimos importancia al hecho de no tener un preservativo a mano.
Lo estaba alucinando en colores… ¿a caso no sabía Eric el riesgo que había cometido?
-¿Tú estás loco? –seguí reprendiéndolo yo.
-Joder, no era plan de ir pidiéndolo por ahí. Así que nos dejamos llevar -se defendía él.
No daba crédito a lo que Eric me estaba contando. Lo había hecho con una chica que había conocido aquel mismo día, con Kate, mi compañera de mates; y lo más importante, lo habían hecho sin protección.
-Pues no se… podías haberte esperado a otra ocasión o algo. No sé. –lo aconsejé lo mejor que pude, sin saber qué decirle exactamente.- Esperemos que no se haya quedado embarazada.
-Ya tío pero es que no sé… Los dos habíamos bebido bastante y andábamos algo borrachos. Se nos fue de las manos. -me contó Eric.- No creo, por una vez... No creo que tengamos esa mala suerte.
Este chico no dejaba de sorprenderme, Eric era muy inmaduro por momentos.
-¿Me estás diciendo que has bebido alcohol y estás conduciendo este coche?
La sangre rehuyó de mi rostro y un sentimiento de pánico me invadió el cuerpo.
-Bueno, no es para tanto… Relájate –intentó tranquilizarme él.
-¿Sabes en el lío que nos podemos meter si nos para la policía?
-Tranquilo, no nos pasará nad… -Eric se quedó a mitad de la frase.
De pronto, un enorme estallido tronó en mis oídos, dejando un leve zumbido tras de sí que fue desapareciendo poco a poco, y después… todo se volvió negro. Ya no recuerdo nada más. Me sumí en una especie de profundo sueño donde no había ni fiestas de cumpleaños, ni Kevin, ni su coche, ni universidad; sólo Lucy y yo. Como de costumbre. No podía pensar en otra cosa cuando me transportaba a mi mundo. Pero esta vez no era mi mundo, era un sueño del que era incapaz de despertar por mucho que quisiera. Tenía la extraña sensación de que al final terminaría por despertar y estaría en mi cama, y nada de eso hubiera sido real. Ni la fiesta, ni mis amigos, ni la universidad, ni siquiera Lucy. Albergaba la esperanza de que si eso fuese así, si de un momento a otro me despertara de aquel sueño tan real que estaba viviendo, bajaría las escaleras de mi casa a toda prisa y encontraría a mi madre y mi padre sentados en el sofá del salón, viendo la tele juntos mientras reían. Ese era uno de mis mejores recuerdos de la infancia. Todos vivíamos juntos, sin importar más que nuestra propia felicidad y estar con los nuestros.
Incluso Nina estaba allí, mi hermana mayor. Se fue a vivir a Londres por motivos de trabajo, donde conoció al amor de su vida, se casó y tuvo dos hijos. Desde entonces no volvimos a saber nada de ella. Excepto en el funeral de papá, que cuando se enteró, cogió el primer vuelo que salió para poder venir. Luego se marchó otra vez y hasta ahora no hemos vuelto a saber de ella tampoco.
Pero todo eso nunca había sido real.  Ni la muerte de papá, ni mi beca para entrar en la universidad, ni la marcha de Nina... nada. O al menos, eso era lo que yo creía… que todo era producto de mi imaginación, un largo sueño del que pronto despertaría y seguiría teniendo 14 años y yendo al instituto. Albergaba la esperanza de poder despertarme de aquel sueño y encontrarme con papá, mamá y Nina.
En efecto, desperté. Desperté de mi sueño. Pero toda mi hipótesis había sido incierta. Todo había sido real. Prefería haber seguido durmiendo, porque ahora debía enfrentarme a la realidad, y la realidad no era nada fácil. No desperté en mi cama como yo creí que iba a hacer. Desperté en una habitación blanca, en una cama más alta de lo normal. Definitivamente, aquella no era mi habitación. Al abrir los ojos, vi cómo unos cuantos bultos se acercaron hacia mí. Unos bultos desfigurados que poco a poco, a medida que me fui acostumbrando a la iluminación que allí había, fueron cogiendo figuras de personas, a las que fui identificando. A mi derecha estaba Lucy, justo enfrente mi madre y junto a mi madre se hallaba de pie plantado Kevin, mirándome con un aire de preocupación. Tenía un impresionante dolor de cabeza y me concentré en identificar el lugar donde me encontraba. Vi que tenía a mi lado un bote de una sustancia que parecía agua, de donde salía un fino tubo que terminaba en una aguja inyectada en mi antebrazo, ocultada tras una pequeña venda blanca. Observé también que estaba vestido con una especie de camisón blanco. Comprendí al instante que me encontraba en el hospital, pero desconocía la razón. Me di cuenta de que tenía los brazos y el cuerpo lleno de arañazos y rasguños, algunos más profundos que otros. Escocían, por lo que supuse que alguien me había curado y estaban cicatrizando. Tenía la memoria un poco borrosa y cada vez que intentaba recordar empezaba a dolerme más y más la cabeza, por lo que tuve que abandonar la misión.
-¿Qué ha pasado? –pregunté con voz sofocada.
-Ay, Charlie… ¡qué susto nos has dado! –me dijo Lucy mientras me aferraba la mano.
-Hijo, nos llamaron del hospital diciendo que os había recogido la ambulancia en una curva cercana al chalet de tu amigo Kevin y que estabais desplomados en el suelo, inconscientes. –dijo mi madre súper alterada.
Miré a la cama que se encontraba a unos dos metros, a mi derecha. Allí se encontraba Eric, con una sonrisa fingida en la cara y en el mismo estado que yo. Puto alcohol, mira donde nos había hecho acabar.
-No te vuelvas a montar en el coche de ese desgraciado  –dijo mi madre malhumorada, señalando en la dirección de Eric.- ¡Os podría haber matado a los dos!
-Mamá, relájate. Estamos bien. Eric no tuvo la culpa, la curva era muy cerrada y la carretera no estaba señalizada. No vimos la curva y cuando nos dimos cuenta de que estaba ahí no daba tiempo a girar –dije yo tratando de defender a Eric.
-Lo siento, tío –me dijo Eric desde su cama.
-No pasa nada –le dediqué una sonrisa educada.
-Estábamos asustados, colega –dijo Kevin dirigiéndose hacia mí.- Eric despertó rápido pero tú no despertabas. Los médicos nos dijeron que no era aconsejable despertarte a la fuerza, que tenías que salir por ti mismo.
-¿Cuántos tiempo llevo así? –pregunté intrigado.
-Tres días –contestó mi novia.
¿Había estado tres días enteros durmiendo? Increíble. Pero más increíble me parecía que mi madre me lo hubiera consentido. Reí en mi interior.
-¿En serio? Me han parecido horas –admití.
Se hizo un silencio eterno. Una lágrima resbaló por mi mejilla, seguida de otra, y otra más. Comencé a sollozar.
-Hijo, ¿qué te pasa? –me preguntó mi madre preocupada.
-Nada… Solo que mientras estaba durmiendo pensé que nada de esto sería real y que al despertar seguiríamos siendo una familia feliz y completa. Y papá aún estaría vivo.
-Cariño –mi madre se acercó a mí para darme un abrazo.- Papá sigue vivo, en nuestros corazones.
-Lo sé, pero me gustaría tanto que estuviera aquí…
De pronto, el doctor irrumpió en la habitación. Nos miró a mí y a Eric de hito en hito.
-Oh, ya veo que has despertado Charlie –dijo en un tono muy alegre. Parecía un doctor muy agradable.- ¿Cómo os encontráis, chavales?
-Muy descansado –contesté entre risas, a las que se unió Eric.- Creo que me tiraré un mes sin dormir por la noches.
-Eso está muy bien, Charlie –el Dr. Brown también rió. Supe que se llamaba así ya que se podía leer en la plaquita que le colgaba en el bolsillo de su bata blanca. - ¿Y tú, Eric?
-Muy bien –respondió.
El Dr. Brown me miró a los ojos.
-Has tenido mucha suerte, Charlie –me dijo.- Tuviste una leve contusión en la cabeza, pero nada grave. Si te hubieras golpeado más fuerte, la cosa se habría complicado…
¿De qué podría hablar el doctor? Me estremecí al pensar en las diversas opciones. Pérdida de memoria, incapacidad para hablar, falta de coordinación en los movimientos e incluso la muerte. Tuve mucha pero que muchísima suerte. El doctor decidió darnos el alta. Nos cambiamos de ropa en el baño y abandonamos el hospital. Kevin acompaño a Eric a su casa dando un paseo. Mamá, Lucy y yo fuimos a casa. Por el camino, Lucy me comentó que la grúa se había llevado el Lamborghini negro de Eric al taller. Pobre coche.
 Llegamos a casa y mamá metió el coche en el garaje. Lucy y mi madre me ayudaron a salir del coche, puesto que debido a todo lo que había pasado en esos últimos días, me sentía débil. Fuimos a la cocina y cenamos todos juntos, sobre todo yo, necesitaba reponer fuerzas. No me sentía agotado, puesto que había dormido tres días del tirón, pero me dolía todo el cuerpo y sobre todo la cabeza. Sin mencionar la debilidad y la flojera que sentía.
-Bueno, ya va siendo hora de irme a casa. Es tarde –dijo Lucy, tras ayudar a mi madre a retirar la mesa.- Imagino que querréis dormir.
Solté una risotada, lo diría por mi madre. Yo no tenía nada de sueño.
-No importa Lucy, puedes quedarte a dormir si quieres.
-No, no quiero molestar –dijo Lucy tan modesta y educada como siempre.
-No molestas –le sonrió mi madre.- Puedes quedarte.
-Quédate –le pedí yo con esa cara de súplica a imitación de la suya cuando quería conseguir algo.
Obviamente, con la mirada y la cara que le había puesto, no me lo podía negar.
-Está bien –sonrío.- Haré una llamada a casa para avisar a mis padres de que hoy dormiré fuera.
Tras hablar con sus padres, Lucy y yo dimos las buenas noches a mi madre, y subimos las escaleras hacia mi cuarto. Mi madre se quedó abajo, en el saloncito, leyendo un libro.
Llegamos a mi cuarto y me ayudó a recostarme en la cama. Gemí de dolor, pues a cada movimiento que hacía sentía un punzante dolor por todas las partes de mi cuerpo. Al recostarme en la cama, intenté quedarme lo más quieto que pude, sin hacer ningún movimiento que requiriera algún tipo de esfuerzo físico. Lucy miró un disco que tenía encima del escritorio de Yiruma, un pianista coreano muy famoso. Lo puso en el equipo de música a un volumen normal. Empezó a sonar Kiss the rain, una de mis favoritas. La música llegó hasta mí, causándome un agradable estado de comodidad y relajación. Música celestial para mis oídos. La música envolvió el ambiente, cargándolo de sentimientos que no hacían falta ser pronunciados para conocerlos. Sobraban las palabras en aquel momento. La mirada de Lucy y la mía se encontraron y estuvimos mirándonos durante un largo rato, como si nuestras mentes estuvieran conectadas, como si fuésemos una sola persona. Se acercó hacia mí y se recostó a mi lado, hundiendo su cara en mi hombro. Miró hacia arriba y se inclinó para volver a besarme. Hasta los labios me dolían al besar, tenía un corte en labio de abajo. Debido a esto, tuve que cortar el beso apartando mi cabeza de la suya.
-Lo siento, no puedo –me quejé señalando el corte que tenía en el labio.
-No importa –sonrío.
Se levantó y se dirigió hacia mi escritorio, donde estaba mi cuaderno de poemas. Lo cogió y lo abrió por la primera página. Empezó a pasar las páginas lentamente, observando cada uno de los poemas. Eligió uno al azar titulado Cada segundo y lo leyó en voz alta.
Cada segundo que pasa
se acerca más el momento
de tenerte entre mis brazos
de expresarte lo que siento.
Cada segundo que pasa
voy muriendo por tu amor
y me voy dando más cuenta
de que tu eres lo mejor.
Cada segundo que pasa
yo vivo y muero por ti
y no descanso un segundo
hasta que estoy junto a ti.
Cada segundo que sueño
cada segundo que río
haces que sea el mejor
contigo, cariño mío.
Cada segundo yo quiero
estar pendiente de ti
y que me sigas haciendo
cada segundo, feliz.

Terminó de leer el poema. Levantó la vista del papel y me miró sonriente. Era uno de mis poemas antiguos.
-Lo escribí cuando empezamos a salir –le conté.
-Es muy bonito.
Miré la hora en mi móvil. Casi las 12 de la noche y ni un rastro de sueño en mí, pero Lucy ya empezaba a bostezar. Se acostó junto a mí de nuevo y volvió a hundir la cara en mi pecho.
-Buenas noches cariño, te quiero –dijo entre bostezos, antes de caer rendida.
Se quedó dormida con la cabeza apoyada en mi pecho y con una mano dejada de caer en mi abdomen. Le acaricié el cabello con una mano y con la otra la rodee.
-Buenas noches –le contesté yo, con una sonrisa.
Me encantaba ver como dormía. Tenía mucha suerte al haber dado con una chica como ella. Lo tenía todo. Era preciosa, con un gran sentido del humor y no sé cómo pero siempre conseguía hacerme sonreír. Y lo más importante de todo, cuando estaba junto a ella, me hacía sentir el hombre más feliz del universo. Me quedé la noche entera admirándola y pensando en el mundo donde solo existiéramos ella y yo, mi mundo. En ocasiones, me nombra en voz alta. Pensaba que se había despertado, pero seguía durmiendo. Probablemente, estaría soñando conmigo. De vez en cuando me paraba a mirar por el gran ventanal que había en el lado izquierdo de mi cuarto, para contar las estrellas y observar la luna. Pero el tiempo se pasó volando y amaneció.
-Siempre estaré contigo –susurró Lucy entre sueños.
Yo sonreí. Estaba completamente enamorado de esa chica y es que, simplemente… me gustaría que algunas noches durasen para siempre.

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