Abandonamos la explanada frente al
chalet de Kevin, donde hacía un segundo se encontraban multitud de coches
aparcados. Deshicimos el camino que habíamos recorrido la noche anterior para
llegar al chalet.
-¡¿Qué?! ¿Que has hecho qué? –exclamé sin creérmelo, con los
ojos desorbitados. Mi voz sonó más fuerte de lo que yo pretendía.
-Si tío –admitió cabizbajo Eric, con la culpa y la enorme
preocupación reflejada en la cara.-No se qué pasó. Los dos estábamos muy
excitados y teníamos ganas, así que no le dimos importancia al hecho de no
tener un preservativo a mano.
Lo estaba alucinando en colores… ¿a caso no sabía Eric el
riesgo que había cometido?
-¿Tú estás loco? –seguí reprendiéndolo yo.
-Joder, no era plan de ir pidiéndolo por ahí. Así que nos
dejamos llevar -se defendía él.
No daba crédito a lo que Eric me estaba contando. Lo había
hecho con una chica que había conocido aquel mismo día, con Kate, mi compañera
de mates; y lo más importante, lo habían hecho sin protección.
-Pues no se… podías haberte esperado a otra ocasión o algo.
No sé. –lo aconsejé lo mejor que pude, sin saber qué decirle exactamente.-
Esperemos que no se haya quedado embarazada.
-Ya tío pero es que no sé… Los dos habíamos bebido bastante
y andábamos algo borrachos. Se nos fue de las manos. -me contó Eric.- No creo,
por una vez... No creo que tengamos esa mala suerte.
Este chico no dejaba de sorprenderme, Eric era muy inmaduro
por momentos.
-¿Me estás diciendo que has bebido alcohol y estás
conduciendo este coche?
La sangre rehuyó de mi rostro y un sentimiento de pánico me
invadió el cuerpo.
-Bueno, no es para tanto… Relájate –intentó tranquilizarme
él.
-¿Sabes en el lío que nos podemos meter si nos para la
policía?
-Tranquilo, no nos pasará nad… -Eric se quedó a mitad de la
frase.
De pronto, un enorme estallido tronó en mis oídos, dejando
un leve zumbido tras de sí que fue desapareciendo poco a poco, y después… todo
se volvió negro. Ya no recuerdo nada más. Me sumí en una especie de profundo
sueño donde no había ni fiestas de cumpleaños, ni Kevin, ni su coche, ni
universidad; sólo Lucy y yo. Como de costumbre. No podía pensar en otra cosa
cuando me transportaba a mi mundo. Pero esta vez no era mi mundo, era un sueño
del que era incapaz de despertar por mucho que quisiera. Tenía la extraña sensación
de que al final terminaría por despertar y estaría en mi cama, y nada de eso
hubiera sido real. Ni la fiesta, ni mis amigos, ni la universidad, ni siquiera
Lucy. Albergaba la esperanza de que si eso fuese así, si de un momento a otro
me despertara de aquel sueño tan real que estaba viviendo, bajaría las
escaleras de mi casa a toda prisa y encontraría a mi madre y mi padre sentados
en el sofá del salón, viendo la tele juntos mientras reían. Ese era uno de mis
mejores recuerdos de la infancia. Todos vivíamos juntos, sin importar más que
nuestra propia felicidad y estar con los nuestros.
Incluso Nina estaba allí, mi hermana mayor. Se fue a vivir a
Londres por motivos de trabajo, donde conoció al amor de su vida, se casó y
tuvo dos hijos. Desde entonces no volvimos a saber nada de ella. Excepto en el
funeral de papá, que cuando se enteró, cogió el primer vuelo que salió para
poder venir. Luego se marchó otra vez y hasta ahora no hemos vuelto a saber de
ella tampoco.
Pero todo eso nunca había sido real. Ni la muerte de
papá, ni mi beca para entrar en la universidad, ni la marcha de Nina... nada. O
al menos, eso era lo que yo creía… que todo era producto de mi imaginación, un
largo sueño del que pronto despertaría y seguiría teniendo 14 años y yendo al
instituto. Albergaba la esperanza de poder despertarme de aquel sueño y
encontrarme con papá, mamá y Nina.
En efecto, desperté. Desperté de mi sueño. Pero toda mi
hipótesis había sido incierta. Todo había sido real. Prefería haber seguido
durmiendo, porque ahora debía enfrentarme a la realidad, y la realidad no era
nada fácil. No desperté en mi cama como yo creí que iba a hacer. Desperté en
una habitación blanca, en una cama más alta de lo normal. Definitivamente,
aquella no era mi habitación. Al abrir los ojos, vi cómo unos cuantos bultos se
acercaron hacia mí. Unos bultos desfigurados que poco a poco, a medida que me
fui acostumbrando a la iluminación que allí había, fueron cogiendo figuras de
personas, a las que fui identificando. A mi derecha estaba Lucy, justo enfrente
mi madre y junto a mi madre se hallaba de pie plantado Kevin, mirándome con
un aire de preocupación. Tenía un impresionante dolor de cabeza y me concentré
en identificar el lugar donde me encontraba. Vi que tenía a mi lado un bote de
una sustancia que parecía agua, de donde salía un fino tubo que terminaba en
una aguja inyectada en mi antebrazo, ocultada tras una pequeña venda blanca.
Observé también que estaba vestido con una especie de camisón blanco. Comprendí
al instante que me encontraba en el hospital, pero desconocía la razón. Me di
cuenta de que tenía los brazos y el cuerpo lleno de arañazos y rasguños,
algunos más profundos que otros. Escocían, por lo que supuse que alguien me
había curado y estaban cicatrizando. Tenía la memoria un poco borrosa y cada
vez que intentaba recordar empezaba a dolerme más y más la cabeza, por lo que
tuve que abandonar la misión.
-¿Qué ha pasado? –pregunté con voz sofocada.
-Ay, Charlie… ¡qué susto nos has dado! –me dijo Lucy
mientras me aferraba la mano.
-Hijo, nos llamaron del hospital diciendo que os había
recogido la ambulancia en una curva cercana al chalet de tu amigo Kevin y que
estabais desplomados en el suelo, inconscientes. –dijo mi madre súper alterada.
Miré a la cama que se encontraba a unos dos metros, a mi
derecha. Allí se encontraba Eric, con una sonrisa fingida en la cara y en el
mismo estado que yo. Puto alcohol, mira donde nos había hecho acabar.
-No te vuelvas a montar en el coche de ese desgraciado –dijo mi madre malhumorada, señalando en la
dirección de Eric.- ¡Os podría haber matado a los dos!
-Mamá, relájate. Estamos bien. Eric no tuvo la culpa, la
curva era muy cerrada y la carretera no estaba señalizada. No vimos la curva y
cuando nos dimos cuenta de que estaba ahí no daba tiempo a girar –dije yo
tratando de defender a Eric.
-Lo siento, tío –me dijo Eric desde su cama.
-No pasa nada –le dediqué una sonrisa educada.
-Estábamos asustados, colega –dijo Kevin dirigiéndose hacia
mí.- Eric despertó rápido pero tú no despertabas. Los médicos nos dijeron que
no era aconsejable despertarte a la fuerza, que tenías que salir por ti mismo.
-¿Cuántos tiempo llevo así? –pregunté intrigado.
-Tres días –contestó mi novia.
¿Había estado tres días enteros durmiendo? Increíble. Pero
más increíble me parecía que mi madre me lo hubiera consentido. Reí en mi
interior.
-¿En serio? Me han parecido horas –admití.
Se hizo un silencio eterno. Una lágrima resbaló por mi
mejilla, seguida de otra, y otra más. Comencé a sollozar.
-Hijo, ¿qué te pasa? –me preguntó mi madre preocupada.
-Nada… Solo que mientras estaba durmiendo pensé que nada de
esto sería real y que al despertar seguiríamos siendo una familia feliz y
completa. Y papá aún estaría vivo.
-Cariño –mi madre se acercó a mí para darme un abrazo.- Papá
sigue vivo, en nuestros corazones.
-Lo sé, pero me gustaría tanto que estuviera aquí…
De pronto, el doctor irrumpió en la habitación. Nos miró a
mí y a Eric de hito en hito.
-Oh, ya veo que has despertado Charlie –dijo en un tono muy
alegre. Parecía un doctor muy agradable.- ¿Cómo os encontráis, chavales?
-Muy descansado –contesté entre risas, a las que se unió
Eric.- Creo que me tiraré un mes sin dormir por la noches.
-Eso está muy bien, Charlie –el Dr. Brown también rió. Supe
que se llamaba así ya que se podía leer en la plaquita que le colgaba en el
bolsillo de su bata blanca. - ¿Y tú, Eric?
-Muy bien –respondió.
El Dr. Brown me miró a los ojos.
-Has tenido mucha suerte, Charlie –me dijo.- Tuviste una
leve contusión en la cabeza, pero nada grave. Si te hubieras golpeado más
fuerte, la cosa se habría complicado…
¿De qué podría hablar el doctor? Me estremecí al pensar en
las diversas opciones. Pérdida de memoria, incapacidad para hablar, falta de
coordinación en los movimientos e incluso la muerte. Tuve mucha pero que
muchísima suerte. El doctor decidió darnos el alta. Nos cambiamos de ropa en el
baño y abandonamos el hospital. Kevin acompaño a Eric a su casa dando un paseo.
Mamá, Lucy y yo fuimos a casa. Por el camino, Lucy me comentó que la grúa se
había llevado el Lamborghini negro de Eric al taller. Pobre coche.
Llegamos a casa y
mamá metió el coche en el garaje. Lucy y mi madre me ayudaron a salir del
coche, puesto que debido a todo lo que había pasado en esos últimos días, me
sentía débil. Fuimos a la cocina y cenamos todos juntos, sobre todo yo,
necesitaba reponer fuerzas. No me sentía agotado, puesto que había dormido tres
días del tirón, pero me dolía todo el cuerpo y sobre todo la cabeza. Sin
mencionar la debilidad y la flojera que sentía.
-Bueno, ya va siendo hora de irme a casa. Es tarde –dijo
Lucy, tras ayudar a mi madre a retirar la mesa.- Imagino que querréis dormir.
Solté una risotada, lo diría por mi madre. Yo no tenía nada
de sueño.
-No importa Lucy, puedes quedarte a dormir si quieres.
-No, no quiero molestar –dijo Lucy tan modesta y educada
como siempre.
-No molestas –le sonrió mi madre.- Puedes quedarte.
-Quédate –le pedí yo con esa cara de súplica a imitación de
la suya cuando quería conseguir algo.
Obviamente, con la mirada y la cara que le había puesto, no
me lo podía negar.
-Está bien –sonrío.- Haré una llamada a casa para avisar a
mis padres de que hoy dormiré fuera.
Tras hablar con sus padres, Lucy y yo dimos las buenas
noches a mi madre, y subimos las escaleras hacia mi cuarto. Mi madre se quedó
abajo, en el saloncito, leyendo un libro.
Llegamos a mi cuarto y me ayudó a recostarme en la cama.
Gemí de dolor, pues a cada movimiento que hacía sentía un punzante dolor por
todas las partes de mi cuerpo. Al recostarme en la cama, intenté quedarme lo
más quieto que pude, sin hacer ningún movimiento que requiriera algún tipo de
esfuerzo físico. Lucy miró un disco que tenía encima del escritorio de Yiruma,
un pianista coreano muy famoso. Lo puso en el equipo de música a un volumen
normal. Empezó a sonar Kiss the rain, una de mis favoritas. La
música llegó hasta mí, causándome un agradable estado de comodidad y
relajación. Música celestial para mis oídos. La música envolvió el ambiente,
cargándolo de sentimientos que no hacían falta ser pronunciados para
conocerlos. Sobraban las palabras en aquel momento. La mirada de Lucy y la mía
se encontraron y estuvimos mirándonos durante un largo rato, como si nuestras
mentes estuvieran conectadas, como si fuésemos una sola persona. Se acercó
hacia mí y se recostó a mi lado, hundiendo su cara en mi hombro. Miró hacia
arriba y se inclinó para volver a besarme. Hasta los labios me dolían al besar,
tenía un corte en labio de abajo. Debido a esto, tuve que cortar el beso
apartando mi cabeza de la suya.
-Lo siento, no puedo –me quejé señalando el corte que tenía
en el labio.
-No importa –sonrío.
Se levantó y se dirigió hacia mi escritorio, donde estaba mi
cuaderno de poemas. Lo cogió y lo abrió por la primera página. Empezó a pasar
las páginas lentamente, observando cada uno de los poemas. Eligió uno al azar
titulado Cada
segundo y
lo leyó en voz alta.
Cada
segundo que pasa
se
acerca más el momento
de
tenerte entre mis brazos
de
expresarte lo que siento.
Cada
segundo que pasa
voy
muriendo por tu amor
y
me voy dando más cuenta
de
que tu eres lo mejor.
Cada
segundo que pasa
yo
vivo y muero por ti
y
no descanso un segundo
hasta
que estoy junto a ti.
Cada
segundo que sueño
cada
segundo que río
haces
que sea el mejor
contigo,
cariño mío.
Cada
segundo yo quiero
estar
pendiente de ti
y
que me sigas haciendo
cada
segundo, feliz.
Terminó de leer el poema. Levantó la vista del papel y me miró sonriente. Era uno de mis
poemas antiguos.
-Lo escribí cuando empezamos a salir –le conté.
-Es muy bonito.
Miré la hora en mi móvil. Casi las 12 de la noche y ni un
rastro de sueño en mí, pero Lucy ya empezaba a bostezar. Se acostó junto a mí de
nuevo y volvió a hundir la cara en mi pecho.
-Buenas noches cariño, te quiero –dijo entre bostezos, antes
de caer rendida.
Se quedó dormida con la cabeza apoyada en mi pecho y con una
mano dejada de caer en mi abdomen. Le acaricié el cabello con una mano y con la
otra la rodee.
-Buenas noches –le contesté yo, con una sonrisa.
Me encantaba ver como dormía. Tenía mucha suerte al haber
dado con una chica como ella. Lo tenía todo. Era preciosa, con un gran sentido
del humor y no sé cómo pero siempre conseguía hacerme sonreír. Y lo más
importante de todo, cuando estaba junto a ella, me hacía sentir el hombre más
feliz del universo. Me quedé la noche entera admirándola y pensando en el mundo
donde solo existiéramos ella y yo, mi mundo. En ocasiones, me nombra en voz
alta. Pensaba que se había despertado, pero seguía durmiendo. Probablemente,
estaría soñando conmigo. De vez en cuando me paraba a mirar por el gran
ventanal que había en el lado izquierdo de mi cuarto, para contar las estrellas
y observar la luna. Pero el tiempo se pasó volando y amaneció.
-Siempre estaré contigo –susurró Lucy entre sueños.
Yo sonreí. Estaba completamente
enamorado de esa chica y es que, simplemente… me gustaría que algunas noches
durasen para siempre.
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