viernes, 12 de septiembre de 2014

CAPITULO 2

Volvía a casa andando despreocupadamente, con la capucha de la sudadera echada sobre mi cabeza y la ropa mojada. El frío calaba hasta los huesos y estaba lloviendo a mares. Pero no me importaba. Nada me importaba después de aquel increíble beso con Lucy. Aún tenía el dulce sabor de sus labios en mi boca. Llegué a casa como una sopa.
-Hijo, ¿dónde vas así? –me preguntó mi madre con un tono más preocupado de lo normal. Estas madres de hoy en día que le dan a una cosa más importancia de lo que tiene. Y sobre todo el caso particular de mi madre, que ella es la exaltación de la exaltación.
-Hola mamá, yo también me alegro de verte –dije soltando la mochila y sacudiéndome el pelo mojado que me caía sobre la frente.- Esta mañana hacía muy buen tiempo pero de repente se puso a llover y no llevaba paraguas.
-¡Cámbiate esa ropa mojada ahora mismo no vaya a ser que pilles una pulmonía! –me ordenó mi madre.- Por cierto, ¿cómo te ha ido el día?
-Igual que todos los días, hoy no ha tenido nada de especial –dije resignado.- Esta tarde he quedado con unos amigos para celebrar mi cumpleaños, Lucy también vendrá.
-Oh, me alegro mucho –dijo mi madre.- Tengo algo para ti.
¡Oh, no! Más sorpresas no. Parecía que ese día todo el mundo se había puesto de acuerdo para amargarme la vida. No me gustan las sorpresas. No me gustan. Parece que me lo tendría que haber escrito en la frente para que se enteraran. Mi madre desapareció de la habitación y volvió a los 2 minutos con un objeto envuelto en papel de regalo azul en las manos.
-Feliz cumpleaños, hijo mío –me dijo mi madre con una sincera sonrisa en la cara mientras me entregaba aquel regalo y me daba un suave beso en la mejilla.- Ojalá hubiera podido estar tu padre con nosotros en este día.
De pronto, mi rostro no tenía expresión… Como las caretas que utilizan para hacer teatro. Me quedé mirando en un punto fijo en la pared, sin pensar en nada. No había un solo día en el que no me acordara de mi padre, pero en fechas tan señaladas como esta me hacía mucha falta una figura paterna a mi lado.  Mi padre había muerto hacía año y medio a causa de un tumor que no superó. Estuvimos apoyándolo hasta el final y no hubo un solo momento en el que él no dejara de luchar, pero el cáncer pudo con él.
-Ojalá… -susurré yo mientras una lágrima bajaba por mi mejilla.
Mi madre, en un intento de alegrar el ambiente,  se dirigió a la nevera y sacó una tarta de fresa y nata con dos velas indicando el número 18. Prendió fuego a la mecha de las velas con un mechero y cantó cumpleaños feliz para que yo soplara las velas y pidiera un deseo. Yo ya sabía que el deseo que quería era imposible de cumplir. Así que desee otra cosa. Desee poder encontrar algún día el amor verdadero, aun que por ahora me iba muy bien con Lucy a mi lado. ¿Qué podría salir mal? Ella era lo más parecido al amor que tenía en mi vida.
Tras soplar las velas y compartir un trozo de tarta con mi madre, abandoné la cocina y subí escaleras arriba hacia mi habitación. Me costó lo suyo subir las escaleras pues era casi imposible poder moverse con aquella ropa tan mojada.
 Mientras me duchaba puse mi música de piano para relajarme e irme inventando versos que más tarde plasmaría sobre el papel. Al salir de la ducha miré el reloj, las 7:40. Había quedado con Lucy en nuestro lugar a las 9. Aún quedaba un buen rato hasta esa hora por lo que decidí escribir poesía.
Aparté la silla de mi escritorio para poder sentarme. Saqué mi cuaderno de poesía y mi pluma decidido a escribir algún poema. En realidad, casi todos mis poemas hablaban de ella. Cuando estábamos bien escribía poemas de amor, cuando discutíamos escribía poemas tristes o si estaba enfadado también lo plasmaba en el papel. La poesía era como mi diario. Todos mis sentimientos y mi vida estaban en aquel cuaderno de tapa dura con aspecto viejo. Si alguna vez perdiera aquel cuaderno sería como si perdiera una parte de mí.
Volví a transportarme a mi mundo de Lucy y yo. Lucy me debía una sorpresa. Aun que no me gustasen las sorpresas, me mataba la intriga por saber que sería. Yo no quería nada, lo único que pedía era una vida junto a ella. No me importaba lo demás. Tenía ya en mente un futuro con ella, con vivienda propia, niños y hasta una mascota. Formar una familia en toda regla. Ella trabajaría como profesora de inglés y yo en alguna empresa de administrativo. Sabía que me estaba montando castillos en el aire demasiado pronto pero no podía evitarlo, ella era tan perfecta para mí… Es como si hubiésemos sido hechos el uno para el otro, como dos piezas de un rompecabezas que por separado no valen de nada pero juntas funcionan perfectamente. Y es que cuando estaba con ella era la persona más feliz del mundo, pero cuando nos despedíamos notaba su ausencia como mil puñales en el corazón. No había un solo segundo que no pensara en ella. Y es que, los 3 años que llevábamos saliendo ella no me había demostrado otra cosa que no fuese amor, apoyo, confianza… Juntos habíamos perdido la virginidad, y la primera vez siempre queda ahí. Lucy no fue mi primer amor, pero si el mejor que había tenido hasta entonces. Teníamos nuestras discusiones, como todas las parejas, pero al fin y al cabo nos amábamos mutuamente. Y, como yo digo, un mal capítulo no significa el fin de la historia. Cuando mi padre murió, Lucy estuvo ahí apoyándonos a mí y a mi madre. Nunca nos faltó alguien en quien confiar y a quien agradecer todo lo que hacía por nosotros. Y es que Lucy ya era como parte de nuestra familia.
El tiempo se pasó rápido mientras escribía pensando en todo. Cuando quise darme cuenta eran ya las 8:30 de la tarde y había quedado a las 9. Me vestí a toda prisa para mi gran fiesta de cumpleaños. Me puse la nueva camiseta que mi madre me había regalado. Aun que no me gustaran las sorpresas había que reconocer que esa noche prometía bastante. Cuando terminé de vestirme bajé al recibidor y me despedí de mi madre.
-¡Adiós mamá! Me voy, Lucy me está esperando. –grité pensando que mi madre estaría en la otra punta de la casa pero apareció a los 2 segundos por la puerta del salón.
-Que te diviertas hijo y ten mucho cuidado. No vuelvas muy tarde –me dijo mi madre con tono cariñoso. Tras decir esto, me besó la mejilla.- Vas guapísimo.
Típico en todas las madres, que a esa edad sales de tu casa solo y se piensan que te drogas, bebes todo tipo de alcohol, también gasolina, te prostituyes y a saber cuántas cosas más se les pasa por la cabeza. Muy típico.
-Si mamá, tendré cuidado –suspiré mientras ponía los ojos en blanco.
Tras decir esto salí por el umbral de la puerta y la cerré tras de mí con un golpe sordo. Había dejado de llover y el tiempo había mejorado bastante. Avancé un par de metros y giré a la derecha con destino a la parada de bus. Las 8:50. Esperaba que el autobús se diera prisa o de lo contrario no iba a llegar a tiempo. Muy típico en mí, siempre llegando tarde a todos lados. Al cabo de un minuto largo divisé un punto negro a lo lejos que a medida que se acercaba se iba haciendo más grande hasta coger el tamaño y la forma de un autobús que se paró en seco frente a mí. Subí las escaleras del autobús y el conductor me preguntó:
-¿A dónde?
-Al paseo marítimo –respondí yo instantáneamente.
Pasé la tarjetita por la máquina para pagar el viaje e hizo un pitido. Entré al autobús y a medida que avanzaba por el pasillo iba buscando un sitio en el que sentarme que estuviera libre y que el acompañante no tuviera cara de asesino. Y es que para nosotros, los adolescentes, es muy importante el con quién sentarse. Casi al final del autobús se encontraban muchos asientos vacíos y me senté en el primero que vi, junto a la ventana.
 El autobús se puso en marcha y yo me perdí en mi mundo mirando tras la ventana los paisajes que pasaban e íbamos dejando atrás. Me volví a preguntar qué era lo que Lucy me tenía guardado. No tenía absoluta idea de sobre qué podía ser pero pronto lo iba a descubrir.
Eran las 9:06, iba a llegar un poquito tarde a mi cita pero daba igual. Lucy ya estaba acostumbrada a mis retrasos. Después de un largo rato ya empecé a ver a lo lejos el inmenso mar. Me bajé en la parada de bus del paseo marítimo. Ahora tocaba andar un ratito hasta nuestro lugar. Andé y anduve a lo largo del paseo marítimo hasta llegar al final, donde ya terminaba el paseo marítimo y había caminitos de arena. En uno de esos caminos había unas escaleras de madera que bajaban hacia abajo, hacia la playa. El final de esas escaleras daban a una pequeña cala que era preciosa. Aquel era nuestro lugar, un trocito de playa con grandes rocas hundidas bajo la arena a ambos lados. Llegué allí y me quité los zapatos para pasear a la orilla de la playa mientras el agua del mar me acariciaba los pies. Yo llegaba tarde pero Lucy también, allí no había nadie cuando llegué. De repente, alguien vino por detrás y me tapó los ojos.
-¿Quién soy? – dijo una dulce voz femenina.
-La chica más bonita que existe –contesté yo sin poder dejar de sonreír. Estaba tan feliz en ese momento.
Apartó las manos de mis ojos y me giré para encontrarme con Lucy y con su hermosa mirada. La besé apasionadamente en los labios sin dejar que ni el aire pasara por nuestra boca. Cuando el beso cesó, ambos teníamos la respiración alterada.
-Ven, tengo algo que darte –me dijo sonriendo.
Nos sentamos juntos en la arena, dejando que con cada ola nuestros pies se humedecieran un poco más.
-A ver, ¿qué es eso que tienes que darme? –pregunte muy intrigado.
-En primer lugar muchas felicidades mi vida, te amo –me volvió a besar apasionadamente, pero esta vez el beso se prolongó.- Y en segundo lugar toma, te he comprado esto.
-Lucy, te dije que no hacía falta que me compraras nada.
-Ábrelo, hazme caso, te encantará. –dijo mirándome fijamente a los ojos.
Desenvolví el papel de regalo con mucho cuidado y saqué un marco de madera que incluía una foto dentro. En la foto aparecíamos mi padre, mi madre, Lucy y yo. Fue una foto que tomemos en una navidad que pasamos todos juntos.
-Es… es precioso –dije emocionado, incapaz de articular las palabras.
-¿Te gusta?
-Me encanta cariño, muchas gracias. –dije mirándola muy agradecido.
-También te he escrito una carta de felicitación, luego la lees más tranquilo en casa.
-Está bien.
He de admitir que aunque no me gustasen las sorpresas, aquella había sido una de las mejores de mi vida.
Nos quedamos muy juntos, admirando un rato el mar. En el aire se respiraba el característico olor salado de la playa. El viento formaba olas que venían a romper a la orilla o bien a las rocas gigantescas que teníamos  a nuestro lado. Un paisaje digno de admiración. Vimos como se ponía el sol tras el mar, dejando paso a la noche. Como se escondía tras el horizonte, aquella delgada línea donde el cielo y el mar se unían; tiñendo el cielo de un rosa palo cargado de nubes grises. Fue el crepúsculo más bonito que jamás había visto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario