El timbre sonó, lo cual indicaba el cambio de clase.
Mientras atravesaba los amplios jardines del campus para dirigirme al aula de
Biología, divisé desde lejos a aquella chica de rubia melena y ojos azules
capaces de transportarme a otra dimensión; aquella chica por la que dejaría o
haría cualquier cosa en el mundo, mi chica, mi Lucy. Nuestras miradas se
cruzaron durante lo que dura un latido del corazón. Lucy se despidió de sus
amigas y las abandonó para encontrarse conmigo. Echó a correr a través de los
verdes jardines como si de una niña pequeña se tratase, la cual va al encuentro
de una golosina. Al llegar donde yo estaba se abalanzó rápidamente sobre mí,
por lo que no me dio tiempo ni a reaccionar, y sus labios se encontraron con los
míos recibiéndome con un beso. Un beso muy dulce y tierno que hacía que cada
terminación nerviosa cobrase vida propia. Intenté despegarme de ella
suavemente, apartándola de mi cuerpo pero sin dejar de abrazarla. Mis esfuerzos
fueron en vano, puesto que ella tenía sus manos alrededor de mi cuello y, desde
la nuca, me empujaba hacia adelante para prolongar aún más el beso. Lucy era
así, le gustaba tomar el control. No le importaba quedarse allí plantada toda
la mañana besándome, nunca se cansaría. No es que yo lo hiciera pero ahora que
me había centrado más en los estudios, no es que me viniera muy bien llegar a
tarde a clase. Al cabo de un rato, tras diversos intentos fallidos de
apartarla, lo conseguí.
-¡Hola! –me dijo ella con tono alegre y una gran sonrisa en
la cara.
-Podías haber empezado por ahí, ¿no crees? –le dije en tono
bromista. Ella puso cara de pocos amigos.- Yo también me alegro de verte
cariño.
Seguimos caminando juntos de la mano en la misma dirección.
Pasó un largo minuto que se me hizo interminable y no intercambiamos ni media
palabra. Lucy decidió romper el hielo.
-¿Tienes planes para esta noche? –me preguntó.
-No te hagas la tonta, ya he descubierto que Kevin está
organizando mi fiesta “sorpresa” por mi cumpleaños –dije irónicamente mientras
los dos reíamos.- Y sé que tu también estas involucrada. Sabéis que no me
gustan las sorpresas.
Estábamos ya al pie de la puerta del otro edificio. Se
notaba que era el edificio más viejo del campus, pues tenía un aspecto un poco
destartalado. Las paredes, cubiertas de grafitis que algunos gamberros habían
hecho en su absoluto aburrimiento, tenían innumerables desconchones y manchas
por todos lados, además del par de nidos que los pájaros habían hecho. Abrí la
puerta para que Lucy pudiera entrar primero y después la seguí. Mientras
subíamos las escaleras al segundo piso retomamos la conversación.
-Charlie, solo queremos que te lo pases bien y disfrutes de
tu cumpleaños con tus amigos y rodeado de la gente que te quiere. ¿Es eso para
tanto? –dijo en un tono de súplica que ya me resultaba familiar en ella.
-¿Cuánta gente irá? –le pregunté con voz tajante.
-Pues casi todo el mundo, Kevin ha invitado a mucha gente.
Pero eso no importa. Ven y lo pasaremos bien –volvió a repetir con el mismo
tono de súplica.
Me quedé parado en mitad de las escaleras, alucinado. Kevin
era mi mejor amigo y me había hecho esto, sabiendo que no me gustaban para nada
las sorpresas. Cuando lo viera me debía una muy buena disculpa y una buena
razón para haber montado todo esto. Pero al ver a mi novia allí plantada, junto
a mí, con esa cara que ponía cuando quería algo… tuve que acceder.
-Bueno vale, si me lo pides de ese modo. Sabes que no puedo
decirte que no. –le sonreí y me devolvió la sonrisa.
-Pero antes de ir a la fiesta te espero a las 9 de esta
tarde en nuestro lugar.
-¿Más sorpresas? –pregunté, ahora sí un poco molesto.
Todo el mundo en el campus me adoraba, como a un dios
griego. Era cierto que era muy popular por allí pero esto ya era demasiado, no
merecía todo el cariño y atención que me regalaban.
-Calla tonto y no me hagas más preguntas. Nos vemos allí a
las 9. ¡Adiós! –se despidió de mí y me besó de nuevo, pero esta vez fue más
breve.
Llegamos al piso de arriba y mientras se alejaba por el
pasillo para ir a clase, la observé por detrás mientras su pelo se movía de un
lado a otro en un alegre bailoteo mientras ella caminaba.
Yo me dirigí al pasillo opuesto y busqué el aula 112. Sabía
exactamente dónde estaba pero con todo lo que Lucy me acababa de contar me
había quedado un poco desorientado y todavía seguía dándole vueltas en la
cabeza. ¿Qué sería lo que me tenía preparado? Dejé que ese pensamiento se
disolviera en mi cabeza y me concentré en
poder encontrar el aula de Biología, el aula 112. Era extraño que no se
viera por los pasillos a multitud de alumnos correteando de un lado para otro
con sus mochilas o cogiendo algún libro de la taquilla. En ese justo momento me
percaté de la hora que era y me di cuenta de que el intercambio había acabado,
iba a llegar tarde a clase.
Cuando di con el aula 112, me encontré con la puerta
cerrada. Mal asunto. Puse mi puño cerrado delante de esa puerta de madera
color azul eléctrico y golpee con los nudillos suavemente dos veces.
Seguidamente, agarré la manivela metálica de la puerta y la giré para abrirla.
Para mi sorpresa, me encontré con el grupo de alumnos despreocupados,
charlando, algunos de pie y otros se limitaban a dormir al final del aula.
Estaban sin profesor. Pensé que se había retrasado y esa era mi oportunidad
para entrar corriendo, sentarme y como si nada hubiera pasado. Me senté en mi
mesa junto con Claire, una chica morena, alta, de tez pálida y con unos ojos
negros penetrantes que se escondían tras unas gafas negras de pasta. Era mi
compañera de pupitre y me parecía una chica muy agradable.
-¡Hola Charlie! ¿Qué tal te va? –me dijo amistosamente.
-Bien… supongo. –contesté sin ganas de conversar.
-Por cierto, felicidades. Espero que disfrutes el día de hoy
–me dijo con una sonrisa picarona en la cara.
-No tienes que disimular Claire. Ya se lo de la fiesta que
ha montado Kevin, ¿tú también irás?
-Sí, allí nos veremos. Bueno, perdona que no pueda seguir
hablando contigo pero mientras viene el profesor voy a aprovechar para repasar
un examen de Química que tengo ahora después. – dijo Claire excusándose.
-¿Y cómo lo llevas? –le pregunté yo en tono amable.
-Bien, solo espero que el Sr. Dawn no sea muy estricto en
este examen. Ya queda muy poco para las vacaciones y espero salir bien en las
notas. –me contestó Claire.
Ella era una chica a la que se le daba muy bien estudiar y
se notaba que le gustaba. Seguramente le esperaba un gran futuro por delante.
-Seguro que te saldrá bien, ¡suerte! –le dije animándola un
poco.
-Muchas gracias –me sonrió tímidamente.- Y tú, ¿qué tal
llevas los exámenes finales?
-Creo que bien, ahora estoy dedicando más tiempo a los
estudios y tal.
-Me alegro –dijo sin prestarme mucha atención, puesto que ya
había empezado a repasar.- Siento no poder seguir hablando contigo Charlie,
esta noche nos veremos.
-Sí… -suspiré. Pero ya no me estaba escuchando.
A los aproximadamente 20 minutos, llegó nuestro profesor de
Biología y empezó rápidamente la clase. No quería perder ni un segundo más. Iba
a explicar el tema de genética, yo odiaba ese tema. Prometió que el próximo día
iríamos al laboratorio y nos enseñaría a mutar y a alterar el código genético
de algunas plantas. Eso sí que mola. Pero la teoría era un rollo.
Así que, me evadí de la clase y empecé a juguetear con el bolígrafo azul que tenía entre las
manos. Con tanto jugueteo, perdí el tapón… típico. Adiós a mi entretenimiento.
Era realmente extraño el cambio que había dado el clima aquel día. Cuando me
encontraba en los jardines con Lucy el sol relucía como en un día de Agosto. No
es que quedara mucho, ya que estábamos a pocos días de las vacaciones. Pero de
repente el cielo se puso gris y empezó a lloviznar. Como ya se me había acabado
la diversión del bolígrafo, me puse a mirar por la ventana como llovía. Veía
las gotas caer del cielo y estamparse contra el suelo. Algunas se quedaban a
medio camino y se estampaban contra los cristales de la ventana produciendo un
agradable sonido. Me relajaba escuchar la lluvia. Observaba como las gotas que
se quedaban en la ventana se escurrían hacía abajo hasta desaparecer en el
alféizar. Así una, luego la otra, luego la otra. Empecé a darle vueltas otra
vez en mis pensamientos sobre cómo sería esa fiesta de la que todo el mundo
hablaba. ¿Cómo querían que no me enterara? No había otro tema de conversación
en el campus aquel día. No me extrañaba que al salir de clase el profesor de
Biología también me preguntara sobre la fiesta de mi cumpleaños. Sólo esperaba
que no. ¿Qué se traería entre manos Lucy? Sabía de sobra que no me gustaban las
sorpresas y si lo había olvidado, ahí estaba yo para recordárselo. Se lo dije
mil y una veces, y también le recordé que no quería regalos.
Se me pasó el tiempo volando, ya que el timbre volvió a
sonar y me sobresalté. Estaba tan sumido en mis pensamientos que no me di ni
cuenta de que estaba en clase. No podía dejar de pensar en Lucy y en la fiesta,
y sobre todo, no podía dejar de observar la lluvia.
Recogí mis cosas y las metí en la mochila. Salí al pasillo
abarrotado de gente. Tenía hora libre asique me dirigí a la biblioteca para
poder concentrarme en escribir poesía. Ese día se había cancelado el club de
poesía porque a Rachel, la organizadora, había contagiado un caso grave de
gastroenteritis. Puesto que no había club de poesía, decidí ir por libre y
hacerlo yo mismo.
La biblioteca estaba vacía. No había apenas gente. Sólo
muchas estanterías repletas de libros y la bibliotecaria. Observé que las mesas
del fondo estaban libres y pensé que allí estaría más agusto. Al pasar por
delante de un grupo de chicos que estaban estudiando, me estudiaron con su
mirada y se pusieron a cuchichear entre ellos. No hacía falta que los escuchara
para saber de que hablaban, era demasiado obvio. Maldito Kevin, cuando lo viera
iba a tener una bonita charla con él.
Llegué a la mesa y me senté. Saqué mi cuaderno de poemas y
mi pluma. En ese momento no estaba inspirado así que necesite un par de minutos
para reflexionar e inspirarme en algo. Siempre me ayudaba la música, por lo que
saqué mi móvil de la mochila y mis auriculares y me los puse. Busqué en mi
música y encontré música de piano, otra de las cosas que me relajaban. Cerré
los ojos y me transporté a mi mundo. A un mundo donde solo existíamos Lucy y
yo.
Aunque Lucy no lo supiera del todo, yo la amaba con todas
mis fuerzas, ella era una de las razones de mi existencia. No imaginaba un mundo sin ella, y si el mundo
fuera sin ella yo no sé qué sería de mí.
Abrí los ojos de repente y comencé a escribir en mi
cuaderno, tachando mil veces y volviendo a escribir. Yo era así para mis
poemas, si no quedaban como a mí me gustaban los volvía a repetir las veces que
hicieran falta. Me ensañaba con el papel, rasgándolo con la punta de la pluma.
Todo el cuaderno estaba lleno de versos sueltos y tachones de tinta negra.
La gente me miraba pero la verdad es que me daba igual.
Nunca me importó lo que la gente dijera u opinara de mí, me tenían respeto por
ser el chico duro del campus y nadie se atrevía a cuestionarme. Nadie se
atrevía a meterse conmigo porque me gustara la poesía o porque me gustara el
piano. Ellos me respetaban y yo respetaba a los demás. No decían nada pero por
sus mentes seguro que pasaban todo tipo de cosas pero a mí no me importaba lo
más mínimo. ¿Por qué debería importarme lo que los demás pensaran de mí? Era
quien era y quien quería ser. No iba a cambiar a mi verdadero yo por lo que
pensaran los demás.
Sí, era el chico duro
y al que todos temían, pero a la vez tenía ese lado sensible y frágil que pocos
conocían. Como bien decía mi padre “Por
fuera de acero, por dentro de cristal”. Me sentía muy identificado con esa
frase ya que era cierto, y mi padre me la repetía una y otra vez. Parece que aún escucho sus palabras. Lo echaba tanto de menos.
Si por cualquier cosa me sentía mal no dejaba que se me notara, no era un chico transparente que deja ver sus sentimientos fácilmente, no. Para aliviar mis penas me valía de la poesía. En el papel plasmaba todos mis sentimientos y me desahogaba canalizando mi tristeza, ira, soledad, alegría, amor o cualquier otro sentimiento que sintiera a través del papel y la tinta.
Si por cualquier cosa me sentía mal no dejaba que se me notara, no era un chico transparente que deja ver sus sentimientos fácilmente, no. Para aliviar mis penas me valía de la poesía. En el papel plasmaba todos mis sentimientos y me desahogaba canalizando mi tristeza, ira, soledad, alegría, amor o cualquier otro sentimiento que sintiera a través del papel y la tinta.
Estaba tan sumido en mis pensamientos que el timbre me
volvió a sobresaltar y me hizo despertar de ese trance en el que me encontraba.
Ahora tenía otras tres horas de clase. Recogí mis cosas y me dirigí a la
siguiente clase. La mañana pasó larga y aburrida. El tiempo no mejoró ni una
pizca.
A la salida seguía
lloviendo. Lo único que pude hacer fue echarme el gorro de la sudadera que llevaba puesta por la cabeza y correr
bajo la lluvia en un intento fallido para no mojarme. Me encontré con Lucy que
iba bajo con un paraguas negro en el que cabían perfectamente dos personas. No
me lo pensé dos veces y corrí a resguardarme de la lluvia.
-Chica lista –le dije son una sonrisa en la comisura de los
labios. Me recibió con un beso.- ¿Cómo sabías que iba a llover? Esta mañana
hacía un sol radiante.
-Soy muy prevenida y lo sabes –me contestó devolviéndome la
sonrisa.
-Lo sé. Nunca dejas de sorprenderme –le dije mientras
observaba sus preciosos ojos azules que hacían juego con su blusa.
Ella sonrío de oreja a oreja.
-Tonto, me vas a sacar los colores.
Fuimos juntos calle arriba. Yo tenía suerte de vivir a dos
manzanas de la universidad. Pero ella tenía que coger un autobús porque vivía
más retirada. Llegamos a la parada de bus y nos sentamos en el banco a esperar
a que llegara.
-¿Cómo te ha ido el día? –le pregunté de repente.
-Bien. Bueno… El examen de inglés me ha salido bien pero me
he puesto un poco nerviosa. No sé. –contestó alzando una ceja.
Lucy se estaba preparando para hacer la carrera de idiomas.
Yo estaba seguro de que la iba a sacar ya que si se lo proponía podía hacer
cualquier cosa que ella quisiera.
-Seguro que has aprobado, tienes un gran talento para los
idiomas. –le dije yo.
-Tú solo sabes verme las cosas buenas. También tengo
defectos, ¿sabes?
-Para mí eres perfecta –le dije con una sonrisa boba en la
cara, admirando su hermoso rostro.
-Eres un tonto, que lo sepas. –me dijo en tono burlón y se
inclinó para besarme. Yo le devolví el beso.- ¿Y a ti como te ha ido el día?
-Demasiado largo, he estado casi todo el día pensando en ti
cariño. –le dije para picarla aún más.
-¿Quieres parar ya? Vas a hacer que me ponga roja.
Los dos reímos al unísono y entonces le di un beso en la
mejilla. La lluvia no había amainado y aun seguía cayendo con fuerza. Vimos
aparecer el autobús a los lejos y ella se levantó. Cuando paró frente a
nosotros, abrió sus puertas y yo me incorporé para despedirme de ella. Al levantarme,
Lucy fue a abrazarme con el paraguas negro en una mano pero el viento se lo
llevó volando. Imposible recuperarlo.
-Dalo como perdido –le dije riendo.- Culpa mía, te compraré
otro más bonito.
Se abalanzó una vez más para que su boca y la mía se
encontraran. Nos besamos durante aproximadamente 1 minuto mientras al conductor
del autobús se le acababa la paciencia. Cerré los ojos para disfrutar el beso
aún más mientras la lluvia nos caía estrepitosamente a ambos en la cara.
-Nos vemos esta tarde Charlie, te quiero. –me dijo mientras
subía al autobús.
-¡Te quiero! –le grité desde abajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario