sábado, 22 de noviembre de 2014

CAPITULO 12

Me levanté para mirar la hora en mi teléfono y me volví a acurrucar junto a Rake, para seguir acariciándole el pelo. Eran las 5 de la mañana. Debía apresurarme en volver a casa, pues ya se iba haciendo tarde y pronto amanecería. Después de haberme acostado con Rake y después del tiempo que había pasado, supuse que el efecto del alcohol se habría pasado ya. Hacía ya rato que no sabía de Kevin y Angie. La parejita feliz se habría ido a la sala de estar a ver la televisión para dejarnos más intimidad.
-Ha estado genial, ¿no crees? –me susurró Rake, mientras el cálido aliento que exhalaba rozaba mi garganta.
-Por supuesto –le contesté yo, con media sonrisa cincelada en el semblante, la cual dejaba al descubierto mis dientes.
Quise levantarme de la cama pero Rake se dio cuenta y me rodeó con ambos brazos por el abdomen, en un intento de abrazo. Suficiente para inmovilizarme y hacer que me quedara allí con ella. Cedí. Me quedé allí reflexionando un poco sobre todo y sintiendo el latido de su corazón, que iba al mismo compás que el mío. Los dos estábamos abrazados y desnudos. Rake me excitaba bastante, además de ser una chica bastante mona, estaba muy buena, por lo que no me lo pensé dos veces al acostarme con ella.
-Va siendo hora de irme –comenté.
-Jo, quédate un poquito más –me suplicó.
-Me quedaría pero no quiero preocupar a mi madre –dije un poco alarmado.- Me pidió que no volviera muy tarde.
-Está bien –se pudo apreciar en su tono de voz un poco de tristeza y resignación.
Deshizo el amarre y quedé libre. Me incorporé y me senté al borde de la cama. Tras unos segundos me levanté. No, mi suposición no era cierta. Los efectos del alcohol se habían ido, sí, pero aún quedaba algo. Estaba un tanto mareado y todo a mi alrededor daba vueltas. Era como si yo fuese el centro de esa habitación, el eje central, y todo giraba en torno a mí, todo rodaba excepto yo. Así que yo tenía que girar también, para compensar ese desequilibrio.
Me tiré al suelo para no estar tan mareado y empecé a gatear, buscando a tientas mi ropa entre las diferentes prendas desparramadas por el parqué de la habitación de Kevin.
-Esto creo que no es mío… -dije entre carcajadas, recogiendo una prenda de lencería rosa, con encaje negro y con lacitos de satén rosa.
-La verdad es que sería preocupante que lo fuera –contestó Rake guiñándome un ojo.
Tras buscar mi ropa y completar mi atuendo, fui vistiéndome poco a poco.
-Estabas mejor sin ropa –me dijo ella, una vez que había terminado de vestirme, clavando sus dientes en su labio inferior para parecer sensual. Reí.
-Lo siento pero no vas a convencerme, tengo que irme –espeté.
Rake y Angie se quedaron en la casa de Kevin, mientras que Kevin y yo íbamos en busca de su coche para que me pudiera llevar a casa. A esas alturas de la noche, no se veía a mucha gente por la calle, salvo unos cuantos jóvenes alocados que volvían a casa después de haberse pegado una buena fiesta, junto con sus amigas, las cuales llevaban los zapatos de tacón en la mano y caminaban con los pies desnudos sobre la calzada. No sé a quien me recordaban ese momento… El frío calaba hasta los huesos y mi respiración expulsaba vaho hacia fuera.
Desde la casa de Kevin hasta su coche, no habíamos intercambiado ni media palabra. Habíamos ido en un silencio sepulcral, que  poco a poco se había ido tornando en un silencio incómodo. Dicen que para que un silencio se vuelva incómodo solo bastan 3 segundos de silencio. Sin embargo, no me percaté de ese incómodo silencio hasta pasados unos aproximadamente 10 minutos, entonces fue cuando me di cuenta. Quería romper el hielo y hablar sobre algo con él, pero la verdad es que no sabía qué decirle, no tenía nada de qué hablarle. Al fin me decidí a hablar con él, por lo que me aclaré la garganta para decirle algo, pero alguien nos interrumpió… En ese preciso momento sonó mi teléfono móvil. ¿Quién sería tan inoportuno para llamar en ese momento? Saqué el teléfono del bolsillo, con cierta dificultad, pues tenía las manos congeladas y los dedos entumecidos, así que apenas podía moverlos.
En la pantalla aparecía Mamá. Descolgué el teléfono a duras penas.
-¿Sí?
-Hijo, ¿cuando piensas venir? –me preguntó mi madre al otro lado de la línea.
-Ya voy para allá mamá, Kevin me lleva en coche –le dije a mi madre, echando una ojeada al rostro de Kevin al escuchar su nombre. Indiferencia. Era como si estuviese enfadado conmigo por algo.
-Vale, no tardes anda.
-No mamá, no te preocupes.
-No me preocupo, ya eres mayorcito para cuidarte solo –dijo mi madre, pero el tono de su voz la delataba.
Acto seguido colgué el teléfono. Ya estábamos llegando a la altura del coche. El rocío de la noche, junto con la escarcha y  la helada de aquella noche de invierno, había congelado todas las plantas y todos los coches, incluido el de Kevin. Nos acomodamos en los asientos delanteros y Kevin arrancó el coche. Le costó bastante, puesto que aquel penetrante frío había congelado el motor y demás parafernalia del coche. Encendió la calefacción desesperado, se veía que tenía tanto frío como yo o incluso más. Pisó el acelerador y salimos despedidos hacia delante, cruzó la avenida en un abrir y cerrar de ojos. Otra vez ese silencio incómodo… Kevin optó por encender la radio. ¿Acaso le había hecho yo algo para que estuviera así conmigo? No lo comprendía. Por mucho que me empeñaban en entenderlo, no podía. Al cabo de un largísimo rato, al fin se dignó a hablarme.
-Bueno, ¿y que tal te ha ido con Rake?
Me inquietaba la actitud de este chico a veces. Esa bipolaridad seguro que no debía de ser buena para él. ¿A qué venía esa pregunta ahora?
-Pues... Bien, supongo… ¿no?
-Tú sabrás.
-Oye tío… ¿te pasa algo conmigo? ¿te he hecho algo que te haya molestado? –pregunté honestamente.
-No. Lo siento Charlie, es que Angie y yo hemos estado hablando y puede que quizá lo dejemos y no sé… estoy de capa caída. Siento haberlo pagado contigo.
Me alegraba que se hubiera sincerado conmigo y hubiera tenido la suficiente confianza conmigo como para contármelo.
-No pasa nada Kevin, que sepas que estoy aquí para lo que necesites y para apoyarte en lo que sea. Tú me has estado ayudando mucho con lo de Lucy –se me hizo un nudo en la garganta al pronunciar su nombre.- Así que yo te ayudaré con lo que sea, y haré todo lo que esté en mi mano para verte siempre feliz.
-Gracias tío, tú eres un amigo de verdad.
Sus palabras me conmocionaron. En realidad, todo lo que le había dicho era cierto. Kevin y Eric eran mis mejores amigos, y ellos eran los que en realidad habían estado ahí en mis peores momentos y los que me habían ayudado a salir de un agujero de sombra eterna, en el que me sumía cada vez que estaba triste. Además, los tres habíamos crecido juntos y nuestras familias se conocían. Habíamos ido desde pequeños a la misma clase y éramos inseparables. Por lo tanto, era bonita aquella situación. Era bonito que, a pesar del tiempo y de las típicas discusiones entre amigos, aquella amistad hubiera perdurado. Al cabo de un rato Kevin volvió a hablarme, ahora un poco más animado, ahora un poco más él.
-Me alegro de que te haya ido bien con Rake –dijo con una sonrisa pícara.- ¿Te confío un secreto? Todo estaba planeado, dijimos que te haríamos olvidar a Lucy fuese como fuese y nuestro plan va viento en popa.
-¿Co… cómo? –me quedé perplejo, sin palabras, atónito.
-Sí, que todo era parte de nuestro plan. Eric y yo te prometimos ayudarte en olvidar a Lucy y así ha sido. Le dije a Angie que se inventara la excusa de que Eric no había  podido venir ni su amiga tampoco, puesto que ellos no estaban invitados desde el principio. Todo estaba planeado para que te enrollaras con esa chica.

He de admitir que era el plan perfecto, y que al principio sonaba muy bien. Su intención había sido buena, todo por que olvidara a Lucy. Pero a medida que fui procesando  la información y analizando lo que me acababa de soltar… Me molestó, me molestó bastante. Esa no era la mejor manera de olvidar a una persona, y menos haciéndole eso a Lucy. Y tampoco a Rake, no merecía ser el segundo plato de nadie. No merecía que nadie le hiciera eso, y menos yo, que sabía el verdadero significado de lo que era sufrir. ¿Y si ahora esa chica se enganchaba y se enamoraba de mí? Nunca me perdonaría el daño que podría llegar a causarle. Solo esperaba que eso no fuese así. Rake se merecía a alguien que la amara de verdad y la respetara.
Me quedé en silencio, no le contesté.
-¿No tienes nada que decir? –me preguntó.
-No… la verdad es que no me agrada mucho la idea de hacerle daño a alguien innecesariamente. Esta vez os habéis colado de verdad.
-Pero tío, que lo hemos hecho por tí –me dijo Kevin.
Me limité a mirar la carretera, alumbrada por los faros delanteros, a través de la luna del coche. Me sentía desconcertado, abrumado por la idea de que lo que había pasado aquella noche no debería de haber pasado nunca. No volví a abrir la boca hasta que frenó justo frente a mi casa. Abrí la puerta del coche para poder salir.
-Adiós –me despedí, y bajé del coche, dando un portazo tras de mí. Estaba muy enfadado, y quería hacerlo notar.
Avancé hacia la puerta de mi casa, sin volver la vista atrás, pero supe que Kevin aún seguía allí, podía oír el rugido de su coche tras de mí. Llegué a la puerta principal y la abrí. Traspasé el umbral de la puerta y la cerré tras de mí, sin mirar al exterior.
Oí desde dentro el motor del coche, esperando… Viendo que no pasaba nada, oí como Kevin pegaba un acelerón y el rugido del motor se iba perdiendo poco a poco a lo largo de la carretera, hasta que todo se sumió en un profundo silencio. Ese incómodo silencio que había reinado minutos atrás.


Cuando supe con certeza que Kevin se había marchado, caminé silenciosamente hasta el salón y miré a través del gran ventanal que daba a la calle, abriendo un poco las cortinas para que entrara un hilo de luz. Los primeros rayos de sol de la mañana ya asomaban tímidamente por entre la nube de montañas que se extendía en el horizonte, hasta donde me alcanzaba la vista, tiñendo el cielo de un tono naranja muy característico. A través de aquellos húmedos cristales empañados, pude observar cómo los rayos de luz iban descongelando y evaporando las pequeñas gotitas de rocío que se habían formado en las plantas que mamá tenía puestas en el alféizar de la ventana. Ya había amanecido, y el silencio aún seguía reinando…

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