Me levanté para mirar la hora en mi teléfono y me volví a
acurrucar junto a Rake, para seguir acariciándole el pelo. Eran las 5 de la
mañana. Debía apresurarme en volver a casa, pues ya se iba haciendo tarde y
pronto amanecería. Después de haberme acostado con Rake y después del tiempo
que había pasado, supuse que el efecto del alcohol se habría pasado ya. Hacía
ya rato que no sabía de Kevin y Angie. La parejita feliz se habría ido a la
sala de estar a ver la televisión para dejarnos más intimidad.
-Ha estado genial, ¿no crees? –me susurró Rake, mientras el cálido
aliento que exhalaba rozaba mi garganta.
-Por supuesto –le contesté yo, con media sonrisa cincelada
en el semblante, la cual dejaba al descubierto mis dientes.
Quise levantarme de la cama pero Rake se dio cuenta y me
rodeó con ambos brazos por el abdomen, en un intento de abrazo. Suficiente para
inmovilizarme y hacer que me quedara allí con ella. Cedí. Me quedé allí
reflexionando un poco sobre todo y sintiendo el latido de su corazón, que iba
al mismo compás que el mío. Los dos estábamos abrazados y desnudos. Rake me
excitaba bastante, además de ser una chica bastante mona, estaba muy buena, por
lo que no me lo pensé dos veces al acostarme con ella.
-Va siendo hora de irme –comenté.
-Jo, quédate un poquito más –me suplicó.
-Me quedaría pero no quiero preocupar a mi madre –dije un
poco alarmado.- Me pidió que no volviera muy tarde.
-Está bien –se pudo apreciar en su tono de voz un poco de
tristeza y resignación.
Deshizo el amarre y quedé libre. Me incorporé y me senté al
borde de la cama. Tras unos segundos me levanté. No, mi suposición no era
cierta. Los efectos del alcohol se habían ido, sí, pero aún quedaba algo.
Estaba un tanto mareado y todo a mi alrededor daba vueltas. Era como si yo
fuese el centro de esa habitación, el eje central, y todo giraba en torno a mí,
todo rodaba excepto yo. Así que yo tenía que girar también, para compensar ese
desequilibrio.
Me tiré al suelo para no estar tan mareado y empecé a
gatear, buscando a tientas mi ropa entre las diferentes prendas desparramadas
por el parqué de la habitación de Kevin.
-Esto creo que no es mío… -dije entre carcajadas, recogiendo
una prenda de lencería rosa, con encaje negro y con lacitos de satén rosa.
-La verdad es que sería preocupante que lo fuera –contestó
Rake guiñándome un ojo.
Tras buscar mi ropa y completar mi atuendo, fui vistiéndome
poco a poco.
-Estabas mejor sin ropa –me dijo ella, una vez que había
terminado de vestirme, clavando sus dientes en su labio inferior para parecer
sensual. Reí.
-Lo siento pero no vas a convencerme, tengo que irme
–espeté.
Rake y Angie se quedaron en la casa de Kevin, mientras que
Kevin y yo íbamos en busca de su coche para que me pudiera llevar a casa. A
esas alturas de la noche, no se veía a mucha gente por la calle, salvo unos
cuantos jóvenes alocados que volvían a casa después de haberse pegado una buena
fiesta, junto con sus amigas, las cuales llevaban los zapatos de tacón en la mano
y caminaban con los pies desnudos sobre la calzada. No sé a quien me recordaban
ese momento… El frío calaba hasta los huesos y mi respiración expulsaba vaho
hacia fuera.
Desde la casa de Kevin hasta su coche, no habíamos
intercambiado ni media palabra. Habíamos ido en un silencio sepulcral, que poco a poco se había ido tornando en un
silencio incómodo. Dicen que para que un silencio se vuelva incómodo solo
bastan 3 segundos de silencio. Sin embargo, no me percaté de ese incómodo
silencio hasta pasados unos aproximadamente 10 minutos, entonces fue cuando me
di cuenta. Quería romper el hielo y hablar sobre algo con él, pero la verdad es
que no sabía qué decirle, no tenía nada de qué hablarle. Al fin me decidí a
hablar con él, por lo que me aclaré la garganta para decirle algo, pero alguien
nos interrumpió… En ese preciso momento sonó mi teléfono móvil. ¿Quién sería
tan inoportuno para llamar en ese momento? Saqué el teléfono del bolsillo, con
cierta dificultad, pues tenía las manos congeladas y los dedos entumecidos, así
que apenas podía moverlos.
En la pantalla aparecía Mamá.
Descolgué el teléfono a duras penas.
-¿Sí?
-Hijo, ¿cuando piensas venir? –me preguntó mi madre al otro
lado de la línea.
-Ya voy para allá mamá, Kevin me lleva en coche –le dije a
mi madre, echando una ojeada al rostro de Kevin al escuchar su nombre.
Indiferencia. Era como si estuviese enfadado conmigo por algo.
-Vale, no tardes anda.
-No mamá, no te preocupes.
-No me preocupo, ya eres mayorcito para cuidarte solo –dijo
mi madre, pero el tono de su voz la delataba.
Acto seguido colgué el teléfono. Ya estábamos llegando a la
altura del coche. El rocío de la noche, junto con la escarcha y la helada de aquella noche de invierno, había
congelado todas las plantas y todos los coches, incluido el de Kevin. Nos
acomodamos en los asientos delanteros y Kevin arrancó el coche. Le costó
bastante, puesto que aquel penetrante frío había congelado el motor y demás
parafernalia del coche. Encendió la calefacción desesperado, se veía que tenía
tanto frío como yo o incluso más. Pisó el acelerador y salimos despedidos hacia
delante, cruzó la avenida en un abrir y cerrar de ojos. Otra vez ese silencio
incómodo… Kevin optó por encender la radio. ¿Acaso le había hecho yo algo para
que estuviera así conmigo? No lo comprendía. Por mucho que me empeñaban en
entenderlo, no podía. Al cabo de un largísimo rato, al fin se dignó a hablarme.
-Bueno, ¿y que tal te ha ido con Rake?
Me inquietaba la actitud de este chico a veces. Esa
bipolaridad seguro que no debía de ser buena para él. ¿A qué venía esa pregunta
ahora?
-Pues... Bien, supongo… ¿no?
-Tú sabrás.
-Oye tío… ¿te pasa algo conmigo? ¿te he hecho algo que te
haya molestado? –pregunté honestamente.
-No. Lo siento Charlie, es que Angie y yo hemos estado
hablando y puede que quizá lo dejemos y no sé… estoy de capa caída. Siento
haberlo pagado contigo.
Me alegraba que se hubiera sincerado conmigo y hubiera
tenido la suficiente confianza conmigo como para contármelo.
-No pasa nada Kevin, que sepas que estoy aquí para lo que
necesites y para apoyarte en lo que sea. Tú me has estado ayudando mucho con lo
de Lucy –se me hizo un nudo en la garganta al pronunciar su nombre.- Así que yo
te ayudaré con lo que sea, y haré todo lo que esté en mi mano para verte
siempre feliz.
-Gracias tío, tú eres un amigo de verdad.
Sus palabras me conmocionaron. En realidad, todo lo que le
había dicho era cierto. Kevin y Eric eran mis mejores amigos, y ellos eran los
que en realidad habían estado ahí en mis peores momentos y los que me habían
ayudado a salir de un agujero de sombra eterna, en el que me sumía cada vez que
estaba triste. Además, los tres habíamos crecido juntos y nuestras familias se
conocían. Habíamos ido desde pequeños a la misma clase y éramos inseparables.
Por lo tanto, era bonita aquella situación. Era bonito que, a pesar del tiempo
y de las típicas discusiones entre amigos, aquella amistad hubiera perdurado.
Al cabo de un rato Kevin volvió a hablarme, ahora un poco más animado, ahora un
poco más él.
-Me alegro de que te haya ido bien con Rake –dijo con una
sonrisa pícara.- ¿Te confío un secreto? Todo estaba planeado, dijimos que te
haríamos olvidar a Lucy fuese como fuese y nuestro plan va viento en popa.
-¿Co… cómo? –me quedé perplejo, sin palabras, atónito.
-Sí, que todo era parte de nuestro plan. Eric y yo te
prometimos ayudarte en olvidar a Lucy y así ha sido. Le dije a Angie que se
inventara la excusa de que Eric no había
podido venir ni su amiga tampoco, puesto que ellos no estaban invitados
desde el principio. Todo estaba planeado para que te enrollaras con esa chica.
He de admitir que era el plan perfecto, y que al principio
sonaba muy bien. Su intención había sido buena, todo por que olvidara a Lucy.
Pero a medida que fui procesando la
información y analizando lo que me acababa de soltar… Me molestó, me molestó
bastante. Esa no era la mejor manera de olvidar a una persona, y menos
haciéndole eso a Lucy. Y tampoco a Rake, no merecía ser el segundo plato de
nadie. No merecía que nadie le hiciera eso, y menos yo, que sabía el verdadero
significado de lo que era sufrir. ¿Y si ahora esa chica se enganchaba y se
enamoraba de mí? Nunca me perdonaría el daño que podría llegar a causarle. Solo
esperaba que eso no fuese así. Rake se merecía a alguien que la amara de verdad
y la respetara.
Me quedé en silencio, no le contesté.
-¿No tienes nada que decir? –me preguntó.
-No… la verdad es que no me agrada mucho la idea de hacerle
daño a alguien innecesariamente. Esta vez os habéis colado de verdad.
-Pero tío, que lo hemos hecho por tí –me dijo Kevin.
Me limité a mirar la carretera, alumbrada por los faros
delanteros, a través de la luna del coche. Me sentía desconcertado, abrumado
por la idea de que lo que había pasado aquella noche no debería de haber pasado
nunca. No volví a abrir la boca hasta que frenó justo frente a mi casa. Abrí la
puerta del coche para poder salir.
-Adiós –me despedí, y bajé del coche, dando un portazo tras
de mí. Estaba muy enfadado, y quería hacerlo notar.
Avancé hacia la puerta de mi casa, sin volver la vista
atrás, pero supe que Kevin aún seguía allí, podía oír el rugido de su coche
tras de mí. Llegué a la puerta principal y la abrí. Traspasé el umbral de la
puerta y la cerré tras de mí, sin mirar al exterior.
Oí desde dentro el motor del coche, esperando… Viendo que no
pasaba nada, oí como Kevin pegaba un acelerón y el rugido del motor se iba
perdiendo poco a poco a lo largo de la carretera, hasta que todo se sumió en un
profundo silencio. Ese incómodo silencio que había reinado minutos atrás.
Cuando supe con certeza que Kevin se había marchado, caminé
silenciosamente hasta el salón y miré a través del gran ventanal que daba a la
calle, abriendo un poco las cortinas para que entrara un hilo de luz. Los
primeros rayos de sol de la mañana ya asomaban tímidamente por entre la nube de
montañas que se extendía en el horizonte, hasta donde me alcanzaba la vista,
tiñendo el cielo de un tono naranja muy característico. A través de aquellos
húmedos cristales empañados, pude observar cómo los rayos de luz iban
descongelando y evaporando las pequeñas gotitas de rocío que se habían formado
en las plantas que mamá tenía puestas en el alféizar de la ventana. Ya había
amanecido, y el silencio aún seguía reinando…
No hay comentarios:
Publicar un comentario